INMENSIDAD. Un puñado de turistas cabalga por los alrededores de las pirámides de Gizeh, en El Cairo, los últimos vestigios de las Siete Maravillas del Mundo clasificadas por Herodoto.
Sociedad

Auténticos prodigios

Las nuevas Maravillas, elegidas por votación popular a instancias de Bernard Weber, responden a criterios mediáticos y nada tienen que ver con las que Herodoto citó en el siglo V a. de C.

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En el incendio de la biblioteca de Alejandría, en el año 47 antes de Cristo, ardió un volumen de Calímaco de Cirene, del siglo III a. C., dedicado a las Siete Maravillas del Mundo. Unos sostienen que cinco de ellas convivieron en el tiempo; otros afirman que algunas sólo existieron en la imaginación humana; y la mayoría mantiene que fueron siete porque éste era el número mágico para los griegos. La pirámide de Keops es la única que sobrevive en la actualidad. Se construyó en 2640 a. C. con bloques de piedra tan alineados y ajustados que entre ellos no entraba la hoja de una daga. El faraón quería un sepulcro que eclipsase el sol. Lo logró: su tumba alcanzó los 147 metros de altura, aunque hoy mida 10 menos por efectos de la erosión. Novelas y películas relatan las penurias de los esclavos que la construyeron, aunque lo cierto es que, en su mayoría, eran obreros remunerados y artesanos bien retribuidos y socialmente muy considerados. Son pocas las pirámides halladas intactas. La mayoría fueron saqueadas por los ladrones de tumbas, a pesar de los muchos desvelos de los arquitectos por ocultar las entradas y las cámaras sepulcrales con los valiosos ajuares mortuorios.

Al rey Nabucodonosor II se le considera tan destacado guerrero como arquitecto. Gobernó Persia en el siglo VI a. C.. Diodoro de Sicilia le atribuye la creación de los Jardines Colgantes de Babilonia como obsequio a una concubina persa llamada Amytis que añoraba su tierra y le pidió «que la imitara mediante la destreza del cultivo». Muchos contradicen esta bella historia y adjudican los legendarios jardines a la reina Shammuramat, llamada Semiramis por los griegos, que, a la muerte del rey Shamsidad V, en el siglo IX a. C., dirigió el imperio asirio como regente de su hijo Adadnirari III y se suicidó cuando descubrió que él perpetraba una conjura en su contra.

Ajustes históricos

A Santiago Segura, autor del libro Los jardines en la Antigüedad (Universidad de Deusto, Bilbao, 2005), estas autorías no le cuadran, porque el historiador Jenofonte narra cómo el espartano Lisandro se deshace en elogios al contemplar los Jardines Colgantes, a lo que el rey Ciro el grande, en el siglo VI a. C., replica: «Pues todo ello, Lisandro, lo diseñé y lo distribuí yo, y algunos de los árboles incluso los planté personalmente».

No existen pruebas de que los Jardines Colgantes llegasen a existir, aunque muchos reyes se adjudicaran su construcción. Numerosas y contradictorias son también las descripciones de los vergeles babilónicos, llamados colgantes por una errónea traducción de la palabra griega kremastos y la latina pensilis, que, en realidad, significan saliente. Para Segura, eran terrazas escalonadas adosadas a una ladera, apoyadas sobre bóvedas, con árboles en los pilares huecos y, en la bancada superior, un gran jardín con paseos, esculturas y muros decorados. «En su conjunto ofrecerían un espectáculo impresionante». Se les atribuye una superficie de 19.000 metros cuadrados y una caída de 90. Muchos arqueólogos han ido en su búsqueda. Claudius James Rich y Rober Keer Porter lo intentaron en 1811 y 1818. En 1903 Robert Koldewey creyó hallar sus cimientos. Pero Theodor Dombart, Wolfram Nagel y Muyad Said, en 1967, 1978 y 1982, demostraron que erró en el lugar y en las dimensiones, y situaron los vergeles en la ribera occidental del Éufrates.

La mayor parte de las Maravillas del Mundo estaban en suelo heleno. En la ciudad de Éfeso, a orillas del mar Jónico, se levantó a mediados del siglo VII a. C. el templo de Artemisa, que fue destruido durante la invasión de los cimerios. En el siglo VI a. C. el rey Creso impulsa su reconstrucción por suscripción popular. En 356 a. C. un hombre llamado Eróstrato le prende fuego para conseguir la inmortalidad; como venganza, su nombre no será jamás pronunciado por ningún habitante de Éfeso. Alejandro Magno ocupa Éfeso en 334 a. C. y descubre que nació el mismo día en que fue incendiado el templo. Lo reconstruye para que más tarde lo vuelvan a destruir los godos.

En busca de Artemisa

Entre 1863 y 1874, el ingeniero J. T. Wood excava el suelo de Éfeso en busca del templo de Artemisa. El Museo Británico patrocina su trabajos con 80.000 dólares de la época. Tras diez años de búsqueda y 100.000 metros cúbicos de tierra removida, encuentra parte de los cimientos del templo que los griegos llamaban Artemison. Descubre que el edificio se apoyaba en una plataforma a la que se subía por una escalinata circular de diez travesaños. Tenía 117 columnas de 2,15 metros de diámetro y 20 de altura, y en 36 de ellas había esculturas talladas. Cuadruplicaba la superficie del Partenón de Atenas, con 110 metros de largo y 55 de ancho. Todos estos hallazgos confirmaron la descripción del templo hecha por Plinio y puesta en duda por muchos estudiosos. Durante su búsqueda, larga, errática y laboriosa, Wood saca a la superficie la antigua ciudad de Éfeso, que, según Herodoto, fue «la primera y más importante de las metrópolis de Asia».

Poco después de que su templo en Éfeso sea incendiado por Eróstrato, la propia Artemisa impulsa en la ciudad de Halicarnaso un espectacular sepulcro en memoria de su esposo Mausolo, rey de esa ciudad de Asia Central que hoy lleva el nombre de Bodrum. El sepulcro se construye en 353 a. C. Al parecer, esclavos y hombres libres trabajaron en el monumento, bajo la dirección de los arquitectos Sátiros y Piteos, para levantar una plataforma rectangular sobre la que descansaba una columna jónica, sobre la que se levantaba a su vez una pirámide escalonada y la escultura de una cuádriga. Se dice que el conjunto superaba los 50 metros de altura. Las tallas se atribuyen a los mejores artistas del momento: Escopas, Briaxis, Leucastes y Timoteo. El monumento sólo estará en pie dieciséis años, porque en 334 a. C. Alejandro Magno destruye la ciudad.

El sepulcro de Mausolo dio el nombre genérico de mausoleo a todos los monumentos funerarios. Lo mismo ocurrió con el Faro de Alejandría, que guiaba a los barcos a la entrada de ese puerto egipcio, uno de los más importantes de la época. Con vidrio, mármol y plomo se construyó una torre con base rectangular y cuerpo octogonal de 134 metros del altura. En su parte superior, los espejos metálicos reflejaban durante el día los rayos del Sol; por la noche, el resplandor de un potente fuego a 50 metros de distancia. Lo construyó el arquitecto Sóstrases de Crido en 279 a. C. por encargo del rey Ptolomeo Filadelfio, aunque fue su hijo, Ptolomeo II, quien lo vio terminado. Se erguía en la isla de Pharos, frente a la bahía egipcia de Alejandría. Asombraba a propios y extraños por sus dimensiones y belleza. Era la construcción más alta de la época. Dejó de serlo en el año 700, cuando se derrumbó su parte superior. El Faro desapareció totalmente en el siglo XIV a causa de los terremotos. Parte de sus restos han sido recuperados y han permitido reconstruir digitalmente su imagen primitiva.

Zeus y el Coloso

Olimpia fue el centro religioso griego y la sede de otra de las Maravillas del Mundo: el templo levantado en honor a Zeus, en 450 a. C., a los pies del monte Olimpo. Las esculturas de sus frontones y metopas representan la pugna entre Pelópe y Enomao por conseguir la mano de Hipodamia, así como el enfrentamiento entre lapitas y centauros. No se conoce el nombre del autor de estos conjuntos escultóricos, al que se denomina Maestro de Olimpia. En el interior del edificio Fidias levantó una figura de Zeus, de doce metros de altura, con cuerpo de marfil y joyas de oro. Según la leyenda, el escultor pidió a Zeus el visto bueno de su obra. Cuentan que un rayo atravesó un cielo extremadamente despejado y se clavó a los pies del artista. Era la señal que Fidias pedía. Pero el apoyo de Zeus no libró al templo de las llamas. Lo incendiaron los cristianos durante el reinado de Teodosio II y los terremotos del siglo VI destruyeron definitivamente la grandiosa estatua de Zeus, que rivalizaba con el Partenón ateniense y los templos de Éfeso.

Igualmente famoso fue el Coloso de Rodas, que conmemoraba la victoria de esa isla griega sobre las tropas del macedonio Demetrio, y fue construido durante doce años con el bronce de las armas usadas en aquella batalla. Representaba a Helio, dios del Sol. El escultor Cares de Lindos lo terminó en 345 a. C.. Aseguran que costó nueve toneladas de plata. Una pintura de Fischer von Erlach, de 1700, lo representa protegiendo la entrada del actual puerto de Mandráki entre sus piernas, en cuyos puntos de apoyo se levantan hoy un ciervo y un venado de bronce. Otros sitúan el Coloso en el Palacio de los Grandes Maestres, antiguo el templo de Apolo, construido en Rodas por los Caballeros Hospitalarios que negociaron en el siglo XIV la compra de la isla con Vignolo de Vignoli, señor del Dodecaneso, a cambio de someter a sus habitantes y fueron expulsados de ella en 1522.

¿Cuál era la más bella y grandiosa Maravilla del Mundo? Para Antipatro de Sidón (siglo II a. C.), no existía duda: «He posado mis ojos sobre la muralla de la dulce Babilonia, que es una calzada para carruajes, y la estatua de Zeus de los alfeos, y los jardines colgantes, y el Coloso del Sol, y la enorme obra de las altas pirámides, y la vasta tumba de Mausolo; pero cuando vi la casa de Artemisa, allí encaramada en las nubes, estos otros mármoles perdieron su brillo, y dije: 'Aparte de desde el Olimpo, el Sol no pareció jamás tan grande'».