ANÁLISIS

Animador

Sospecho, como Bush, que hay gente perversa, países indómitos con mala baba, pero discrepamos en la furia froidiana (alguna patología ha de predisponer su espíritu texano) que le lleva a bombardearlos sin piedad. Me sorprende la sorpresa. Que la comunidad internacional repare, de pronto, en que el peligro inminente que representaba Irán se ha esfumado, transformado, si acaso, en amenaza difusa.

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Los presupuestos son parecidos a los que nos llevaron a la guerra contra Irak: Un insensato lenguaraz, de verbo caliente, entre almuhecín y chulo de barrio, jugador de póker de ademanes equívocos (Sadam), que ocultaba en la manga imaginarias armas de destrucción masiva. Un belicoso presidente de EE UU (Bush), un niño mentiroso y malcriado, decidido a entrar en la historia rediseñando un nuevo Gran Oriente, y apelando al honor mancillado de papá. Y unos investigadores (a cargo del buen Blix) sometidos al juego del escondite, con más obstáculos para visitar palacios que Aladino. Y dos tontos útiles: Blair y Aznar. El único personaje de todos ellos que la historia no ha combustionado y permanece es Bush. Mientras Ahmadineyad juega al equívoco (como Sadam) y el inspector Gadget-Al-Baradei afirma que, a lo mejor, aunque que no lo pueda asegurar.

La novedad es que esta vez los servicios secretos se han adelantado a la jugada. Y para evitar que su información fuese manipulada (como ya sucediera en Irak) la han dado a conocer al mundo por su cuenta, y dejado a Bush haciendo sombra.

El vaquero desenfunda, se pavonea y levanta el percutor: Irán, insiste, lo fue, lo será y lo seguirá siendo... Pero los espías han espabilado y no están dispuestos a que ni el presidente, ni Dios, utilice su trabajo con fines espurios, por ejemplo para justificar una nueva guerra. No lavan la imagen del iraní, que sería tan ineficaz como la cirugía estética en la Duquesa de Alba, aunque dejan claro que una intervención sería precipitada, excesiva e inconsecuente. Tanto esfuerzo para nada: el repentino interés sobre Oriente Próximo, el acercamiento a los países árabes, los guiños a Siria...

Bush asusta con objetivo, y sin objetivo da miedo. Y en el umbral de las elecciones puede pasar cualquier cosa, hasta un ataque a Irán sin contemplaciones para animar a la parroquia, en ese juego sado que tanto gusta y los presidentes utilizan como antidepresivo. Dado el fiasco de Irak, el fracaso en Afganistán y la oxidación del proceso de paz árabe-israelí, más me inclino a creer que Ahmadineyad vaya a ser prohijado como animador de la campaña.