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Corrales 'in memoriam'

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El pasado domingo 25 nos dejó ese pequeño gran hombre llamado José Antonio Corrales Gutiérrez (Madrid, 1921), destacado protagonista del periodo de madurez de la arquitectura moderna española (años 50 al 70), hoy reconocida como una de las más sólidas del mundo. Murió como los bravos, con las botas puestas, casi frente a su tablero siempre en posición vertical como el lienzo de un pintor sobre el cual, aún al filo de los 90 años dibujaba a mano con lápices de color. No hace mucho almorcé con él y con su alegre esposa Peque en un restaurante a la vez sencillo y exquisito, sabio como era practicaba la austeridad y el buen gusto, con sus 88 años se quejaba de la escasez de encargos: «Julio, ya sólo me quieren para dar conferencias y participar en jurados, pero todos los días acudo paseando a mi modesto estudio, la escasez de trabajo se compensa con el placer de poder dedicar más tiempo a los temas». Era tímido, callado, humilde y bajito, en habla gaditana se diría «bajito de cuerpo» por destacar su elevada estatura intelectual y ética. Son rasgos comunes a muchos de nuestros mejores arquitectos; Luis Lacasa que murió en un penoso exilio, Fernando García Mercadal que se fotografiaba con desparpajo junto a Le Corbusier pese a que apenas le alcanzaba la cintura, el místico Miguel Fisac, o el riguroso Alejandro de la Sota. Parecieron monjes y de hecho casi todos ellos se interesaron por la espiritualidad Zen. Corrales escribía bellos poemas cortos al modo de los haikus japoneses.

Sobrino de Gutiérrez Soto, trabaja con él desde 1948 pero sus inquietudes culturales le alejan de la producción comercial del estudio de su tío y en 1952 se asocia con Ramón Vázquez Molezún con quien gana el concurso para construir el pabellón español en la Expo de Bruselas de 1958 que desvela la imagen de una España moderna, en el jurado que decidió el encargo Miguel Fisac desempeñó un papel decisivo. Su Unidad Vecinal Elviña en La Coruña (1964-65) pasa por ser una de las piezas claves de la historia de la arquitectura contemporánea. Recibió todos los galardones, desde el Premio Nacional de Arquitectura en 1948 hasta la Medalla de Oro de Arquitectura en 1992, lo cual nunca afectó a su modesta humildad. Me contaba: «figúrate si seré tímido que cuando al pasear veo que voy a cruzarme con algún conocido, incluso aunque resulte agradable, altero el camino para continuar con mi soliloquio». Descanse en paz.