LOS LUGARES MARCADOS

Fiestas familiares

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Hay quien no las soporta y huye de ellas como de las calamidades. Hay quien las aguanta estoicamente con cara de circunstancias y gesto de «a ver cuándo se acaba esto». Pero hay quienes (y me cuento entre este grupo) disfrutan de las fiestas familiares y aprovechan la celebración de cualquier evento para retomar intimidades y reforzar lazos con tíos, primos, familiares políticos y colaterales.

Me precio de tener una familia tan amplia como efusiva, en la que quizás el rasgo más destacado sea la emotividad. Nos reímos por todo o lloramos por nada, somos de risa y lágrima fáciles, y no nos avergüenza hacer demostración pública del sentimiento. Somos aparatosos y exagerados para el abrazo. La evocación de los momentos pasados nos conmueve hasta el llanto.

Creo que es bueno no poner trabas a este tipo de exteriorizaciones. Que tener el corazón sensible y hasta sensiblero es una cualidad valiosa. La risa (está demostrado) alarga la vida y te hace rejuvenecer; previene las enfermedades del corazón, reduce el estrés, activa el sistema inmunológico... Llorar desahoga el alma y te limpia por dentro y por fuera. No es signo de debilidad, sino de fortaleza: quien es capaz de mostrar sus sentimientos sin avergonzarse, de seguro se conoce mejor y se estima más. Y abrazarse, achucharse, darse besos.. ¿no es un lujo poder decir con el cuerpo a los demás que te sientes parte de su núcleo, que existe un canal abierto para la amistad, el cariño, los afectos? En una sociedad donde cada vez son más comunes el aislamiento y la incomunicación, yo abogo por las celebraciones familiares, por los bautizos, bodas y comuniones (la BBC que le llaman los ingeniosos) como ámbito amable de socialización y de alegría. Y que vivan los novios.