Cartas

Gracias Bardem

¿Sabe Vd. señor lector que significa «cómicos»? Según el diccionario de la lengua de la real academia: cómico, el que anda representando en poblaciones pequeñas.

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En la posguerra española ir representando por las poblaciones pequeñas era equivalente a repasarse el papel tragando el polvo de las bambalinas, aspirar la madera carcomida de los camerinos, por decir algo, esos espacios improvisados para desnudar unos cuerpos blanquecinos a merced de otros mirones. Era equiparase a la condición insana de vagos, maleantes y gentes de mal vivir, en una sociedad vencida por el hambre y la miseria, era ser gente rara, sospechosa de algo, era representar en el espacio absurdo del sin sentido a la conquista de unos aplausos, un plato caliente y poco mas. Para el público en general era un estallido extraño de otro mundo, de seres más que extraterrestres en sus altares. Para los bigotes machistas era un espacio plagado de putas, chulos y chaperos. Los pobres cómicos pendientes de la declamación perfecta y de la «morcilla» a tiempo, inocentes, a veces pícaros, pero frágiles cómicos, burlados cómicos..

Acercándose la transición, cuando el estallido social y sobre todo cultural, seguíamos los cómicos relegados en esos cuchitriles traseros de los teatros de pueblo entre cajas de cerveza y mirindas, calentándonos el cuerpo para la función a base de coñac u otros artilugios, con vestuario improvisado e inadecuado, siempre a merced de la caja del apuntador y del crujir incesante de las maderas. Llegó el teatro independiente, para unos lo era, para la mayoría seguía siendo el teatro dependiente del rincón olvidado donde no pasaba el tiempo pero donde renacía a cada momento la ilusión, el ensueño, la palabra, el acto, la fuerza viva, a base de caídas para asentar una interpretación, aprendiendo del cabreo consigo mismo para superarse y mucha «mierda». Éramos los locos muertos de hambre, no entendíamos de vanguardias, seguíamos anclados en nuestras piezas clásicas: Ay, Don Friolera, Max Estrella y ese loco llamado Valle-Inclán. Así se fue forjando esa raza indomable, inadaptable para una vida normal, para esas vidas tan normales como Vd. y Vd. llevan señores.

Hoy los cómicos ya no existen, hoy son actores, estudian en sus escuelas de arte dramático de diseño, se cultivan para su profesión, se equiparan a títulos universitarios, es un oficio digno, dignísimo, incluso mola entre los jóvenes. Hoy los cómicos languidecen, están viejos, viejísimos, se nos mueren, apartados, arrinconados y aún siguen luchando por ese tablado esperpéntico que les impide un fin de función, un fin de vida digno.

Gracias Bardem por lanzar ese grito a todo el mundo. Tu bagaje artístico, tu fisonomía camaleónica, la fuerza y firmeza de tu mirada, el dolor de tu cuerpo, la humedad de tus ojos, la fusta y la talla de tu medida, el saber, la inteligencia, tu cara dura, toda tu interpretación, es producto de muchos años de mala ostia, de miseria física, de frío en los huesos y en las carnes canijas, de desnudos a destiempo, de quitarse el «amarillo» de encima, pero, y sobre todo y a pesar de todo y para superarlo todo: de ilusión. El sueño de la luz que se hace al levantarse todos los talones, al encender todas las cámaras, el sueño de esa raza especial con que se forjaron los cómicos. Gracias Bardem los cómicos siempre te lo agradeceremos infinitamente allí donde estemos, apelotonados y arrinconados contemplando la ultima función, la función de partida. Y Vd. que se creía que en los cómicos todo eran risas.

Lluís F. Caula. Cádiz