Tribuna

Como es verano

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Como es verano, aunque no lo termine de parecer, debería entregarme a las bondades de esta estación término y dejarme mecer por el ritmo monocorde del tiempo que se para, aunque aquí, para qué engañarnos más, de tiempos parados y muertos sabemos tela. Me lo propongo, no crea, y por eso veo las noticias, porque se supone que en esta época los informativos se retroalimentan de nada para ofrecer nada y que nada parezca que sucede nada. Me siento cómodamente y me acompaña la salmodia de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rue. Alijo de drogas en Elcano, una niña de la misma edad que la mía que quiere ir al paraíso haciendo una parada previa en Siria, el ébola tan lejano y tan peligrosamente cercano para gente que quiero mucho, un cura asustado que no se acostumbra a ver su propia muerte en medio de tanta muerte, la paz de mentira en Gaza, una paga infinita -bueno, hasta que en España baje el paro al 15%, es decir, hasta el infinito y más allá- para los parados de larga duración, la hermana de la princesa de Asturias mellada, un exconsejero de Hacienda que habla como un peñista de vaso y dominó, un Ayuntamiento que pone puertas a la playa y multa a los madrugadores de sombrilla comprada en los chinos, 22 muertos por saltar completamente borrachos de terrazas de hoteles de Baleares, los alumnos de segundo de primaria que sacan un notable en matemáticas porque así lo dice un informe oficial con faltas de ortografía y un pavo real que ataca a un niño en un parque de Gijón. Como para dormir la siesta, vamos. Ni la peor pesadilla asusta tanto.

Como es verano, aunque no lo termine de parecer, debería no ser tan exigente y entregarme de la manera más dócil posible a las puestas de sol de noches eternas y a las maravillas de esta maravillosa ciudad anclada en el puerto de su propia historia -observe, y conste para los que esperan un exabrupto, que no he dicho hundida ni siquiera varada, ni he hecho mención al Costa Concordia-. Me lo propongo, no crea, y me sumerjo en la Noche Abierta -abierta una hora más que cualquier día, no se confunda- a mirar escaparates de abrigos y chalecos de lana, a ver iglesias -no todas-, a ver museos, -uno solo, y además privado, nada de Museo de Cádiz, ni del Museo de las Cortes, ni del yacimiento fenicio, ni siquiera de la Casa del Obispo-, a debatirme entre esa media hora de flamenco, de jazz, de batucada, de tango, de carnaval o de banda de música semanasantera, con media ciudad dando vueltas por la otra media ciudad, confiando en que las cocinas de la magistral hostelería no cierren a la hora habitual -pruebe a sentarse un poco más tarde de las once en la mayoría de las terrazas del casco antiguo, en las que los fuegos se apagan de manera automática y para siempre al filo de la madrugada-.

Como es verano, aunque no lo termine de parecer, debería entregarme al encanto de las playas urbanas más urbanas -muy, muy urbanas, tanto que a veces ni parecen playas- del planeta. Y lo hago, dejándome acunar por la encantadora voz de la niña del altavoz que me recuerda que estoy en una playa con bandera azul y que no se puede jugar a juegos de pelota y luego lo dice en inglés, lo mismo pero en inglés, en un inglés de academia y con B1, pero que no lo entiende nadie, ni los ingleses -si los hubiera- ni los de aquí, ni ella misma, y que por la tarde, al advertirnos que son las ocho y que dan por finalizados todos los servicios de playa aunque la playa siga como una feria, termina con un delicioso «hasta mañana.» que no se atreve a repetir en su inglés de academia. Y mientras, en un chozo improvisado, en el mismo chozo que los abuelos hacen un remedo de Kunfú por las mañanas, los niños gritan más que los altavoces que gritan que son una taza y una tetera y una cuchara y un cucharón. Como para descansar, vamos.

Como es verano, aunque no lo termine de parecer, debería hacer todo lo que no hice cuando nos decían que era invierno, leer todos los libros atrasados, ver todas las películas que se estrenaron aparte de 'Ocho apellidos vascos', escuchar todos discursos del catequista Iglesias -todos todos no, que no soy tan perversa conmigo misma-, hacer el catálogo inventario de todos los comercios que no duraron ni un año en Cádiz, ver todas las exposiciones temporales que se han perpetuado en el tiempo y el espacio, y recrearme de nuevo en el puente nuevo, ahora que vuelven a pararlo hasta octubre, y pasear bajo la recién inaugurada iluminación de la avenida de Huelva ahora que no hay coches, ni gente, ni nada.

Pero no lo haré. No lo haré porque luego me dicen pesimista y derrotista y huraña y que tengo tendencias depresivas y que en vez de ver lo bueno de esta ciudad -como ustedes lo ven a diario, no me cabe la menor duda- veo la copa medio vacía y no me dan ganas de brindar por el brillante y prometedor futuro de esta ciudad que funciona, de este país del que dan ganas de salir corriendo, de este planeta de los simios, mire usted.

Por eso, y como es verano, aunque no lo termine de parecer, ahora mismito voy a ponerme una rebequita.