Tribuna

Las ranas pidiendo rey

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Me da mucha pereza ir a visitar los antiguos depósitos de Tabacalera en esta semana de puertas abiertas. Mucha pereza y algo de pena ajena, también. Porque recomendar a bombo y platillo la visita de unas naves donde no hay absolutamente nada con la pretensión de que «el gaditano vea cómo se va adaptando este equipamiento a las necesidades de la ciudad» me parece la metáfora mejor conseguida de lo que realmente tenemos entre manos, nada. Cincuenta mil metros cuadrados de nada. Eso es Cádiz.

Tiene que ser realmente difícil planificar el modelo de ciudad que nos conviene o que necesitamos, o simplemente que queremos. Muy difícil. Quizá uno puede improvisar un día y hasta salir airoso del trance, lo vemos continuamente en los cambios de ubicación, de fechas, de tiempos, de modos. Pero no puede dejar todo en manos de la improvisación porque siempre quedarán flecos sueltos por los que trepa la miseria. Mire la calle Plocia y dígame qué le parecen esos tapetitos que forran las farolas, especialmente ese en el que Conchita Wurst aparece vestida de cristoviejo o el roete de las cigarreras, y póngase por un momento en los zapatos del turista que recorre por vez primera una ciudad a la que llegó atraído por su historia, por su enclave geográfico, por sus playas. una ciudad de tapetitos en farolas y sillas de playa colgadas en las fachadas. Tiene que ser difícil diseñar un proyecto de ciudad. Muy difícil. Mucho más cuando se quiere contentar a todos los votos.

Ese, y no otro, es nuestro problema. Qué somos y a dónde vamos. Son las dos únicas cuestiones que hay que plantearse. ¿Somos una ciudad que quiere vivir del turismo? Pregúntele a Horeca, siempre llorando por los porcentajes y siempre lamentándose de que las terrazas están vacías, siempre quejándose de la leche derramada sin hacer nada por recogerla. Pregúntele a los vecinos, siempre llorando por el ruido, siempre lamentándose por las horas de sueño -¿tanto sueño hay en esta ciudad?- y siempre quejándose de que el ocio de los demás es el principal enemigo. Pregúnteles a los comerciantes, siempre gruñendo porque las ventas son malas, siempre protestando porque los horarios de los compradores no son los idóneos y siempre rechazando adaptarse a los nuevos tiempos. Eso somos, una ciudad que dice que quiere vivir del turismo pero sin cambiar sus hábitos de señorona acomodada a su siesta y su tertulia. Porque vivir del turismo implica una servidumbre que no sé yo si estamos dispuestos a asumir, y no me hagan repetir la cantinela de los irracionales horarios de apertura de bares y comercios, el manejo de idiomas a lo Ana Botella que tenemos y todas nuestras debilidades. En fin.

Conjugar nuestro futuro de manera correcta pasa por definir el modelo de ciudad que queremos y aceptar las normas gramaticales de la conjugación. No basta con hacer un duelo a la noche gaditana cuando entre todos nos la hemos cargado. Si los jóvenes se van a otras localidades vecinas no es sólo por una cuestión de horarios, entiéndalo. Qué más da que los bares abran hasta las dos o las tres si el servicio sigue siendo igual de pésimo y la oferta de ocio sigue enredada entre los tapetitos de la calle Plocia. No se trata de tapar agujeros -el mundo chapú, que lo llevamos muy dentro- ni de rellenar huecos en el calendario como decía el Concejal «en la agenda del verano gaditano es difícil encontrar un solo día en el que no haya al menos una, cuando no dos o tres actividades de interés para el ciudadano» porque no sólo de cine en familia, ciclo de música joven en vivo, noches clásicas, flamenco en los balcones o noche abierta -¿noche abierta?- del comercio vive el turismo. Ni tampoco de terrazas de bares abiertas hasta el amanecer.

Estoy de acuerdo con Antonio de María -nunca pensé que lo diría- en que cada ciudad tiene unas peculiaridades «y no es lo mismo un verano en Jaén que en Cádiz». Tal vez porque el verano en Jaén esté más planificado y los jiennenses sepan qué se traen entre manos y no como nosotros que andamos siempre poniendo el parche antes de que salga el grano. ¿Para qué abrir antes? ¿Para qué cerrar más tarde? ¿Para qué ampliar la carta? ¿Para qué contratar a personal cualificado? ¿Para qué, para qué? Los hosteleros gaditanos que hasta no hace mucho aplaudían las medidas gubernamentales de cierre de los negocios a una determinada hora, que hasta no hace mucho se vanagloriaban de haber acabado con el botellón y de haber procurado un descanso casi eterno a los vecinos, piden ahora que el Ayuntamiento les abra de nuevo las calles. A ver qué pasa.

Las ranas de la charca de Samaniego vivían en permanente desasosiego, querían un rey pero no sabían cuál. Pidieron a Zeus que le enviase uno a su medida y el dios, cansado de escucharlos les mandó un palo. Cada rana hacía su protesta, que si zoquete que si juguete, que si mamarracho. Piden de nuevo monarca y esta vez les envía una serpiente que acaba de inmediato con todo lo que se movía en la charca. ¿Y qué? dirá usted, sin saber la moraleja de la fábula, la frase lapidaria del Olimpo: «Padeced, les responde, eternamente; que así castigo a aquel que no examina si su solicitud será su ruina».

A ver si un año de estos nos sentamos a pensar qué queremos hacer con los pedazos de ciudad que aún nos quedan. Lo mismo hasta voy a ver los depósitos de Tabacalera.