Goirigolzarri preside la junta de Bankia de 2012. :: REUTERS
Economia

LLEGAN LAS JUNTAS GENERALES

Deberían ser una ocasión para analizar el verdadero estado de las empresas, pero acaban convertidas en una pérdida de tiempo que, encima, cuesta mucho esfuerzo y dinero organizar

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La próxima semana se abre la veda de las juntas generales de las grandes compañías. Debería ser una ocasión magnífica para analizar su evolución y plantear alternativas, aprobaciones y disconformidades con la gestión. ¿Lo son? ¿Cumplen las juntas generales esa función hoy en día? Es muy difícil decir que sí. Por partes.

La información proporcionada al accionista es hoy abundantísima. En papel, pesa varios kilos; en soporte digital, muchos gigas. Pero ¿contribuye tanta información a tener un mejor conocimiento de la realidad? Sinceramente, lo dudo. Para que fuese así, haría falta dedicar mucho esfuerzo al estudio de los datos y tener un conocimiento contable mucho mayor del que disponen o está al alcance de la inmensa mayoría de los accionistas. Sin duda, no es culpa de las empresas, sino de las exigencias de transparencia e información establecida por los reguladores, que planean muchos miles de metros por encima de sus cabezas.

Además, la 'realidad' contable no es una verdad absoluta, como todos quisiéramos. La contabilidad es una materia dúctil y maleable, demasiado difusa para nuestros deseos y conveniencias. Recuerden los casos de Enron o, más cerca, de Bankia o de Pescanova; empresas cuyo deambular mercantil se parece al de las artistas entradas en años. Un día se acuestan día radiantes y esplendorosas, y se levantan ajadas y demacradas. Por eso, no es de extrañar que la credibilidad en los datos proporcionados disminuya ni que se debilite la voluntad de conocerlos.

Pero mucho peor es la función de control. Las juntas generales distraen a las empresas. Las obligan a un esfuerzo extra que las aparta de sus ocupaciones habituales y su organización cuesta muchísimo dinero. Y todo, ¿para qué? Pues para muy poco. El sistema de recogida de votos está muy perfeccionado y fuertemente estimulado, de tal manera que, cuando llega el día, la mesa dispone de tal mayoría que todo lo que allí se dice es puro folclore, un paseo militar o una pérdida de tiempo, como quieran.

La información proporcionada, que acostumbra a ser exhaustiva, induce un interés relativo en la asistencia y es conocida de antemano. También datos sustanciales, como por ejemplo el dividendo. De tal manera que las intervenciones de los accionistas son una mezcla de desahogos personales, iniciativas peregrinas y acusaciones genéricas sobre la desmesura de las remuneraciones concedidas. En general, son contestadas de manera global y con respuestas genéricas que concitan el aplauso unánime de los empleados, que copan las primeras filas del auditorio.

La solución no es sencilla. Ni se puede obviar la información, ni resulta fácil hacerla más comprensible. Tampoco es sencillo encontrar una fórmula que permita conocer y canalizar el sentir verdadero de los accionistas. Entre otras razones, porque sus razones y sus intereses son diversos y a veces contradictorios. Total, que si la situación es mala, la alternativa no aparece por ningún lado. Los mercantilistas deberían hacer un esfuerzo por encontrar la manera de cambiar las cosas y de convertir las juntas generales en reuniones importantes y relevantes, que ayuden a mejorar la vida empresarial, la eficacia de la gestión y el control de los órganos de administración. Bueno, pues a ver si se animan los que saben de ello. Les esperamos.