La presidenta argentina, el pasado septiembre en la ONU. :: AFP
MUNDO

Intolerancia y crispación en el verano político argentino

La subida de las dietas a los parlamentarios y la restricción para comprar dólares aviva el malestar social contra el Gobierno de Cristina Fernández

BUENOS AIRES. Actualizado: Guardar
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La elevada inflación (25,6% anual), las restricciones a la compra de dólares y un aumento en las dietas de legisladores, tan generoso como inoportuno, están contribuyendo a revivir en la sociedad argentina la crispación contra los políticos. La indignación popular se manifestó como la erupción de un volcán en la crisis de diciembre de 2001, cuando colapsó la economía y Fernando De la Rúa (1999-2001) debió renunciar en medio de un estallido social que dejó una treintena de muertos.

Diputados y senadores, que habían duplicado sus dietas en 2012, terminaron enero -mes de receso de verano- con un nuevo y sorpresivo aumento de 21,8%, lo que eleva sus salarios a 46.300 pesos (7.020 euros) además de 10.000 pesos (1.515 euros) al mes de gastos de representación y de 5.800 pesos (890 euros) para viajes. El incremento ahondó el malestar de trabajadores que esperan negociar aumentos de sueldos y robusteció de golpe los argumentos de los más críticos con la gestión de Cristina Fernández.

A pesar de que la actividad económica y el empleo distan mucho hoy de los niveles previos a la crisis de 2001, argentinos descontentos -la mayoría de sectores medios y medios altos- están haciendo uso del 'escrache', una herramienta de protesta que surgió en los 90 para repudiar a exrepresores y a dirigentes políticos que gozaban de impunidad pese a reconocidos delitos.

Mediante los 'escraches', familiares de desaparecidos durante la dictadura expresaban su rechazo a militares que pese a haber participado en crímenes aberrantes caminaban libremente por las calles amparados en amnistías e indultos hoy derogados. Marcaban la vivienda de exrepresores y los insultaban cuando los veían salir a la calle.

La modalidad se generalizó cuando los argentinos se hartaron de los políticos en 2001 y reclamaron «que se vayan todos». Apenas se cruzaban con algún funcionario o legislador comenzaban los insultos y hasta los golpes. Esos 'escraches' espontáneos, como los 'caceroleos', están de regreso. La oposición política culpa a Cristina, y a su estilo confrontador, de ser la que provoca la respuesta airada de la sociedad.

«¡Chorro, ladrón!»

El pasado 3 de febrero, el viceministro de Economía, Axel Kicillof, fue increpado por pasajeros de un barco de la línea Buquebús, que hace el transporte marítimo entre Buenos Aires y las distintas ciudades de Uruguay. «¡Que se baje!», «¡Chorro, ladrón!», gritó un puñado de viajeros al funcionario, que había elegido ubicarse en un rincón de la clase turista, junto a su esposa y a sus hijos, de dos y cuatro años.

Los niños lloraban, uno de ellos en brazos de su padre. La mujer pedía calma. Pero las protestas seguían. «¿Dónde compraste los dólares?», le lanzó uno aludiendo a las restricciones a la adquisición de divisas que padecen muchos de los que quieren viajar al exterior. Personal del barco debió convencer a Kicillof de trasladarse a la cabina del comandante para su seguridad. El 'escrache' se difundió ampliamente en medios y redes sociales.

Ese mismo día, el vicepresidente, Amado Boudou, fue abucheado mientras intentaba dar un discurso en un acto en la provincia de Santa Fe. «Es una actitud fascista no escuchar lo que otros tienen para decir», se defendió el político, que está siendo investigado en una causa judicial por presunta corrupción.