Paolo Gabriele escucha la sentencia en presencia de su abogado. Abajo, en una imagen junto al Papa. :: AFP
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Gabriele espera el perdón del Papa tras una suave condena a año y medio de cárcel

«No me siento un ladrón», insiste el mayordomo de Benedicto XVI, quien dijo actuar «por amor visceral a la Iglesia»

ROMA. Actualizado: Guardar
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El Vaticano ha ventilado en una semana, cuatro sesiones y una sentencia mínima pronunciada ayer, año y medio de cárcel que probablemente nunca llegará a cumplir y el pago de las costas, el proceso al hasta ahora mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, 'Paoletto', de 46 años. Es el único que ha pagado el pato oficialmente por el escándalo 'Vatileaks', la filtración de papeles reservados de la Santa Sede. Queda en arresto domiciliario en su casa, con su mujer y tres hijos, dentro de los muros vaticanos, a la espera de un perdón de Benedicto XVI que se da por seguro. «Es una posibilidad muy concreta, muy verosímil», dijo ayer sin rodeos el portavoz vaticano, Federico Lombardi. Solo queda por saber cuándo será.

Luego se abrirá el interesante capítulo de qué hacer con 'Paoletto', pues el Vaticano no puede dejarle suelto por ahí con todo lo que sabe y no ha dicho, y menos aún tirado en la calle con su familia. Tenía en casa más de mil documentos confidenciales y solo se han publicado un centenar. No sería raro que le busquen un hueco discreto en el pequeño Estado o en un destino apartado.

Será el epílogo de una historia con muchos aspectos grotescos, rematado ayer por el fiscal cuando, en una encantadora formulación a la italiana, pidió para él tres años de cárcel, tras rebajar uno por atenuantes, y «una inhabilitación perpetua pero parcial de cargos públicos» en el Vaticano. Es decir, que pudiera seguir trabajando allí pero en puestos sin «uso de poder». De jardinero o así. Al final la sentencia ni lo mencionó y le regaló año y medio más de rebaja de la pena. En los próximos días se hará público el texto de la resolución y la defensa tiene tres días para decidir si recurre.

De este modo el Vaticano da carpetazo y aspira a dejar cerrado, o que lo parezca, el caso 'Vatileaks', estallado en enero. La culpa de la filtración de documentos se ha cargado exclusivamente en 'Paoletto'. En realidad no se lo cree nadie, dentro de un escenario de malestar y guerras internas en la Curia, pero se ha hecho lo posible por hacerlo pasar por la verdad oficial y zanjar el asunto. En el juicio han salido hasta siete nombres de prelados y laicos con los que Gabriele tuvo «confidencias», entre ellos dos cardenales, pero para el fiscal no se puede hablar de cómplices. El propio imputado ha negado en redondo que los haya tenido. Algunas de esas personas aseguran asombradas que siempre han hablado con él de las cosas más normales. La explicación que dio ayer la acusación, apoyada en la pericia psiquiátrica, es que el mayordomo es «un personaje altamente sugestionable» que se habría visto influido por un clima de opiniones. Esto es a lo más que se ha llegado sobre un hipotético entramado conspirativo que ha sacado a la luz los papeles, dentro de una guerra interna de poderes. Quedan muchas preguntas en el aire y si ahora se ajustan cuentas será en silencio.

Guardada en un cajón

En teoría, todo lo hizo Gabriele, que ha confesado haberse creído «un infiltrado del Espíritu Santo». Él solito fotocopió cientos de documentos en la secretaría del pontífice porque estaba asqueado de los trapos sucios que veía en el Vaticano y pensaba que el Papa no estaba «suficientemente informado». Así que decidió pasarlos a un periodista para que los publicara con el objetivo de que en la Iglesia se hiciera limpieza. Ayer, en su turno de palabra antes de oír la sentencia, Gabriele volvió a rechazar su culpabilidad con una única frase: «Lo que siento fuerte dentro de mí es la convicción de haber actuado por exclusivo amor, diría visceral, a la Iglesia de Cristo y a su jefe visible. Si lo debo repetir, no me siento un ladrón». En resumen, no ha mostrado arrepentimiento, aunque sí lamentó el martes, en su interrogatorio, el dolor causado al Papa.

En realidad, el juicio apenas tenía que decidir eso, si 'Paoletto' era un ladrón, pues el fiscal vaticano solo decidió imputarle el delito más simple, el hurto agravado, probado con creces tras el hallazgo en su casa de una mole de documentos. Todo lo demás que barajaba la instrucción, de atentado a la seguridad del Estado a violación de secreto oficial, mucho más grave, y con otros posibles implicados en las altas esferas, ha quedado fuera. Se supone que esa investigación sigue adelante, pero no se sabe qué será de ella y puede languidecer hasta que se olvide el asunto. Del mismo modo, es secreto el informe final de tres cardenales de confianza del Papa que han llevado por su cuenta unas pesquisas paralelas. Pueden tener mucha más enjundia que la instrucción 'light' del proceso porque han interrogado a cardenales de igual a igual, mientras que el fiscal no puede hacerlo. Es decir, ésa es la investigación verdaderamente interesante, que va al fondo de la cuestión, pero no se conocerá. La tiene el Papa guardada en un cajón. También queda pendiente otro juicio a un segundo imputado, el informático de las oficinas de la secretaría de Estado, Claudio Sciapelletti, acusado de favorecimiento del hurto, aunque por circunstancias bastante endebles. En la primera vista el juez decidió juzgarle por separado, lo que redujo aún más a lo básico el proceso a 'Paoletto'. Su juicio puede dejarse para noviembre, pues este mes se celebra un sínodo de obispos. Por último, debe resolverse la investigación interna en la Gendarmería vaticana ordenada por el juez después de que el martes Gabriele denunciara malos tratos durante su reclusión, como pasar veinte días con la luz encendida las 24 horas y en una celda donde no podía ni estirar los brazos.