Tribuna

Esperando el Doce chiquito

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Ante el saldo no excesivamente satisfactorio que parece arrojar la conmemoración del Bicentenario, se habla en nuestra ciudad de ir pensando en la celebración de un 'Doce chiquito', a la manera del que ha venido en llamarse 'Carnaval chiquito de Cádiz'. En un principio no dí mayor importancia que la anecdótica a los comentarios de quienes, no sin ironía y rechufla, apuntaban a tal posibilidad. Pero, pensando, pensando, he venido a caer en la cuenta de que podría haber algo más que una jocosa ocurrencia en la propuesta de celebrar un 'Doce chiquito', una vez transcurra el año que ahora iniciamos y afloje siquiera un poco la euforia conmemorativa 'oficial', cuyo mayor logro parece que va a consistir en poner estrambóticamente el rótulo de 'Libertad' a cualquier evento que se organice a lo largo de 2012, por muy alejado que tal o cual evento esté del objeto y sentido de la conmemoración.

Para mí, totalmente desconocedor de tantas y tantas claves jugosas que indudablemente encierra la fiesta gaditana por antonomasia, esa digamos segunda versión que viene a ser el 'Carnaval chiquito' no es talmente una mera insistencia en 'más de lo mismo' debido al entusiasmo incansable de los 'jartibles'. Más bien me parece a mí que el Carnaval chiquito, en su concepción originaria, no es otra cosa que una celebración 'alternativa' del Carnaval grande, el Carnaval llamémosle 'oficial', cada vez más constreñido y desfigurado por un exceso de organización, de normas, de fechas prefijadas, de patosos, de meones y de otros condicionantes que a menudo rebajan la improvisación, la espontaneidad y el puntito de desmadre no administrado que requiere un auténtico carnaval.

En consecuencia, 'el Doce chiquito' podría ser algo así como una segunda oportunidad para reconsiderar, ya desde una cierta 'normalidad', sin impostada euforia, todo aquello que gira en torno a la esfera del Bicentenario, y que por supuesto no es solo la Constitución, ni, desde luego, el atolondrado conjunto de actos y amagos de obras que han oscurecido, más que alumbrado, un posible sentido menos distorsionado y menos equívoco de la conmemoración. Una tosca gestión, que yo llamaría 'política de evento', está reduciendo el Bicentenario a una artificiosa y cansina acción bruñidora sobre un texto constitucional al objeto de atraer con su brillo (necesariamente precario) a posibles 'luciérnagas' inversoras, capaces de levantar el tono alicaído de una ciudad que, a pesar de todo, dicen que sonríe.

Por tanto, puede que con la celebración de un 'Doce chiquito', liberados por fin de tanta obligada adhesión a lo 'políticamente correcto', de tanto énfasis puesto al servicio de la irrelevancia intelectual y política, se podría intentar concitar el interés de la ciudadanía (tan remisa, afortunadamente, a dejarse llevar por la desencajada euforia conmemorativa 'oficial') en torno a un debate sereno sobre 'eso' que la misma ciudadanía, con su desapego, parece que intenta decir, a saber: que la revolución liberal no fue 'su' revolución, la revolución del pueblo, sino la reconfiguración de un poder oligárquico concienzudamente demófobo, precisamente. Un poder que inicialmente escamoteó al pueblo (mediante trampas jurídicas) la soberanía que en derecho le correspondía, para pasar posteriormente a establecer un sucedáneo de democracia cuyo artificioso andamiaje se nos viene encima estos días, dejando al descubierto el verdadero rostro de un sistema erigido y sostenido fundamentalmente para mantener los privilegios de aquella clase 'revolucionaria'.

Por el contrario, una interpretación complaciente, sesgada, propagandística, perezosa o ingenua, de todo aquello, de sus consecuencias y de sus repercusiones en nuestro presente, sigue queriendo minusvalorar, e incluso silenciar, el protagonismo de las clases populares, trabajadoras, en la consecución de las libertades y los derechos que hoy podamos disfrutar (en franco retroceso), y que tuvieron que ser literalmente arrancados a las élites inspiradoras del constitucionalismo liberal. Un constitucionalismo (y una codificación consecuente) utilizado más como 'reglamentación de la vida de los débiles' que como apuesta decidida y efectiva por los derechos de la ciudadanía en su conjunto.

Sería deseable y muy esclarecedor que los partidos de izquierdas (de nuestra provincia al menos), hasta ahora totalmente subyugados y abducidos por la propaganda (neo)liberal, hicieran suyo el evidente distanciamiento popular respecto de los fastos del Bicentenario. Resulta penoso asistir al encumbramiento y apología, por parte de la propia izquierda, de una ideología y de unas prácticas totalmente ajenas a su tradición ideológica, y que han constituido una soterrada pero efectiva perversión de la democracia, entendiendo con este término un sistema político, social y económico al servicio de la igualdad, por citar uno de los valores que han solido producir urticaria a los defensores y practicantes del liberalismo, hoy más soberano (y tirano) que nunca.

Aunque, evidentemente, no es necesario esperar al 'Doce chiquito' para desmarcarse de la catarata de tópicos y falacias que venimos padeciendo con ocasión del Gran Doce.