Sociedad

EL ÓMNIBUS PERDIDO

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El destartalado vehículo que iba a llevarnos a mejor puerto desborda su capacidad, pero eso se remedia apretándose más los viajeros: lo malo es que no aparezcan ni el encargado de llevarnos ni los suplentes. El señor Rajoy, que quizá domine el itinerario aunque desconozca algunos vericuetos, ha ordenado poner en la aislada cabina el conocido letrero de «Prohibido hablar con el conductor». Es una esfinge, pero ya sabemos que ninguna tiene secretos duraderos. Por su parte, que son más de dos, quienes aspiran a hacerse cargo del volante tienen de momento otras aspiraiones. Tanto Rubalcaba como Carme Chacón profesan la misma idolología, pero tienen ideas distintas, ya que siempre es más fácil y más consolador leerse el prospecto de una medicina que tragarse el específico que anuncia.Ambos candidatos saben que la discusión no se agota en el congreso, pero lo que quizá no se sepan es que puede agotar a los congresistas.

Los márgenes de discusión siempre han sido en España más extensos que el texto que se discute. Los debates de ideas son siempre apasionantes desde un punto de vista del conocimiento puro, pero la controversia se inicia cuando empiezan las discrepancias sobre los planes y las disposiciones. ¿Por qué se llevan tan mal los que coinciden? La conocida frase de «cuerpo a tierra, que vienen los nuestros» jamás ha perdido vigencia entre nosotros. Los enemigos más fieles se reclutan entre los que se denominan compañeros o camaradas. Entonces pueden llegar a las manos, sobre todo si quieren meterlas en el mismo plato.

A trancas y barrancas, hay que procurar que el incomodo autobús siga adelante, pero es necesario que lleguen a un mínimo acuerdo quienes los conducen por turno. No digo los pasajeros, que nunca pintamos nada. Lo más que pedimos, cuando hay muchas curvas, es que el ómnibus nacional se pare de vez en cuando. No queremos apearnos. Es solo para vomitar.