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Consumir deuda

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Más allá de la discusión sobre su validez o su desacierto, hay un alto componente de cinismo en la receta neoliberal contra la crisis económica. Identificar recuperación y austeridad en el gasto (público o privado) es a todas luces una contradicción desde el punto de vista de los postulados del capitalismo desbocado que nos ha llevado a donde hoy nos encontramos, precisamente por entronizar como última razón de su óptimo funcionamiento el consumo compulsivo, desaforado e irracional.

Pero desde hace ya bastante tiempo, este consumismo patológico ha dejado de estar restringido exclusivamente al consumo de todo tipo de productos u objetos, para extenderse al consumo de deuda. Hacer que tanto la gente como los Estados se endeudaran de manera desorbitada ha sido el filón que más beneficios ha reportado y está reportando a esas élites especulativas centradas en su propio y exclusivo interés, por encima de cualquier otro. Consumir deuda como si de un producto más se tratara ha centrado los esfuerzos de un marketing perverso puesto al servicio de una gran estafa planetaria que, para colmo de los despropósitos, es considerada legal y tratada como una actividad normal dentro del proceso económico. Convendría al menos ir llamando a las cosas por su nombre: ¿Por qué llamar mercado o economía a lo que no es más que pillaje puro y duro?

El excesivo endeudamiento hace que una persona, una empresa, un Estado, se conviertan en presa fácil de esa infernal dialéctica de dominio/sumisión en que consiste la refeudalización de nuestras sociedades supuestamente libres y soberanas. Ahora, voces cínicas e interesadas quieren hacernos creer que los recortes sociales tienen por objeto escapar de la sumisión y la dependencia. En realidad es un sofisma que pretende hacer buena la injusticia de maltratar y sangrar a quienes menos tienen, en lugar de obligar a las grandes fortunas a restituir lo que escandalosa e injustamente sustrajeron a la sociedad de la que se han nutrido.

Cuando los restos de malentendidos, autoengaños y conformismos que atenazan nuestra visión de las cosas empiecen a desvanecerse, percibiremos con claridad que la única deuda con la que deberíamos sentirnos obligados es la que todo ser humano, por el hecho de serlo, tiene contraída desde su nacimiento con los principios de la solidaridad y de la justicia. Lo demás es marketing sucio y deuda de mierda.