LA RAYUELA

Lo que fuimos

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Me gustaría convencerles de que merece la pena acercarse al Baluarte de Santa Catalina para contemplar una exposición de fotografías de Cristina García Rodero. Les aseguro que les impresionará: si son adultos, porque se reconocerán entre las gentes que miran los ritos de una España mágica que sobrevivió en las aldeas más perdidas hasta la década de los ochenta. Si son jóvenes, porque se asombrarán ante una España que no han conocido pero que, gracias a ella, nunca olvidarán. El asombro proviene del misterio con que un instante de vida queda atrapado para siempre: la sorpresa dibujada en el rostro de una niña, el miedo que asoma en los endurecidos ojos de una anciana, los cofrades perdidos en los campos de Castilla en una tarde de tormenta, los empalaos de La Vera o las penitentes en una aldea gallega, los enanos toreros en Vitoria o el travesti de Trebujena . Imágenes de un tiempo a la vez próximo y sin embargo tan, tan lejano que retrotrae a una Edad Media, donde una sagrada familia separa el trigo de la paja en una era, ella con el cernidor y él aventándolo con una rama, mientras la niña duerme una plácida siesta recostada sobre los haces de mies colocados primorosamente encima de la trilla. Una mirada cómplice a una época oscura y ancestral, pero a la vez auténtica, limpia, sencilla y, a su modo, hermosa. Del asombro de las imágenes al vértigo del tiempo atrapado con la lente de una antropóloga que muestra una cultura que ya nos es tan lejana y extraña como para poder contemplarla desde fuera, desde este presente híper moderno de un país multicultural, urbano, liberal, consumista y estresado, que ha podido vivir este increíble cambio en el horizonte de una generación. Tan vertiginoso como radical, un salto desde la edad antigua a la era tecnológica sin haber pasado por la revolución burguesa y la industrialización. Cristina García Rodero tuvo la intuición o la convicción de que a comienzos de los setenta nacía un mundo nuevo que sepultaría en un decenio a una España rural que había sobrevivido en su dolor, miseria, fanatismo y magia hasta entonces, pero que estaba condenada a desaparecer bajo los escombros de los suburbios, el tergal, la televisión, el turismo, la música y la democracia.Y cogió su máquina al hombro y se sumergió en aldeas perdidas al final de caminos rurales no dibujados, en los espacios vacíos de un mapa que se llenaba de ciudades desparramadas, autovías y urbanizaciones. No lugares donde comenzaban a volver los emigrantes y algún turista despistado filmaba sus ritos ancestrales con la curiosidad de un astronauta, bajo la mirada desconfiada de los viejos del lugar. Si es verdad que una imagen vale por mil palabras, necesitaría 80.000 para describir la exposición y por desgracia solo dispongo de 500. Así que anímense y disfruten de este privilegio a la vez que de las vistas de un Baluarte que parece navegar en la Bahía.