Un consenso sobre lo real
Por encima de todo, en las actas resplandece el chantaje perpetuo de ETA, su desafío, su matonismo
Actualizado: GuardarSi se niega con insistencia la verdad, solo se podrá restablecer mediante la violencia. Así lo explicaba Bernard Williams con ironía cuando se refería a quienes discuten en los seminarios de Filosofía sobre la existencia o no de la verdad. Porque si a esos negadores, señalaba, les dieran un puñetazo, no tendrían la menor duda de que el golpe había existido realmente. La violencia clarifica, como reconoció Rajoy cuando le dijo a Zapatero: «Si usted no cumple le pondrán bombas, y si no se las ponen es porque ha cedido».
Es peligroso fiar la verdad al criterio de ETA, y de nuevo su versión sirve de materia prima para reescribir la negociación de 2006. Un Estado que combate a los terroristas desde hace más de 30 años se encuentra con que la desconfianza mutua entre los dos grandes partidos hace necesaria a ETA para establecer la verdad. Esto es una concesión a los etarras infinitamente mayor que acercar dos docenas de presos. Y refleja el deterioro al que hemos llegado: ya no hay siquiera un consenso sobre lo real.
Los medios de comunicación, en vez de contribuir a lograrlo, cavan sus trincheras. Con las actas en la mano, unos interpretan que Zapatero colaboró con ETA y otros concluyen que se mostró fuerte. Cada cual lucha por su relato. De fondo, el destino de Rubalcaba y la decisión periodística de intervenir con fuerza en el futuro del PSOE. A los españoles solo se nos pide alinearnos en esta lucha de retóricas.
Decía Williams que los hechos deben ser exactos y las interpretaciones, plausibles. Los hechos principales que ocurrieron son: el Gobierno removió al fiscal de la Audiencia; dio presuntamente el 'chivatazo' del Faisán; detuvo a los etarras del Faisán un mes después; negoció tras el atentado de la T-4 con la promesa de un acuerdo político; y ocultó las cartas de extorsión. Además, hay hechos que no ocurrieron, pese a los ofrecimientos de los emisarios del Gobierno: no hubo acuerdo político, no se dejó de detener etarras (cayeron casi 100); no se suspendió la doctrina Parot; no se acercaron presos.
Una interpretación plausible es la siguiente: el Gobierno mintió, con profusión y reiteración, algo gravísimo pero reconocido por el propio Zapatero, a quien los ciudadanos volvieron a votar en 2008 (y aquí cada palo debe aguantar su vela). Tal vez también chivó: un juez lo está investigando y de esto se derivan responsabilidades políticas. Pero por encima de todo, resplandece en las actas el chantaje perpetuo de ETA, su desafío, su matonismo. Son sus viejas cualidades, las que la han convertido en nuestro enemigo jurado, aunque a veces no lo parezca.