Porte. Rosario Toledo en uno de los momentos estelares de la actuación de ayer. :: ESTEBAN
Ciudadanos

Luces y sombras: Joaquín y Rosario

La colaboración del jerezano restó protagonismo a una bailaora que no acabó de exteriorizar por completo la expresividad de su danza

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Pasada la mitad del festival, las noches del Villamarta siguen dando que hablar. Altibajos en los resultados de algunos de los espectáculos. Anoche estrenó la gaditana Rosario Toledo una obra demasiado conceptual. Gran calidad de la bailaora en sus formas, pero poco acertada la concrección de su danza en cada movimiento.

Desde el principio no acerté a comprende cuál era el argumento exacto que nos proponía. Filosofía flamenca que no acabó de florecer. El público así lo sintió, desde que apareció en un falso escenario en el que aprovechando la danza se descubrió. Al son de las agujas del reloj sus brazos, que sobresalieron por encima de su figura, fueron una secuencia hipnótica electrizante. Como en anteriores espectáculos que le hemos visto, la danza la lleva dentro y suele principiar con pasos y mudanzas clásicas, aunque anoche invirtió en variaciones estéticas.

El atrás del que se acompañó brilló con luz propia. José Valencia explosivo en su cante, visceral, tosienso cante por cante y Juan José Amador, pletórico. Bobote, inmenso en el compás, pa' echarle de comer aparte. Partiendo de una ronda de tonás que desembocaron en seguiriyas, la flamencura hizo amagos de salir del cuerpo de Rosario. Su flamenco es hermoso, pero no dejó que saliera, al menos en la medida que esperábamos.

La escenografía que utilizó no acabó de cuajar. Desde el esqueleto falso del escenario hasta el cajón que utilizó como soporte de paso no tuvieron una intención clara de ayudar a la productividad de la obra. Por otro lado cuando se trae una colaboración especial para el espectáculo, éste no debe nunca restar protagonismo. Pero sucedió lo contrario. Demasiados minutos para Joaquín Grilo, que nos hizo vibrar con las alegrías, flamencas a rabiar. El mensaje más pareció una obra protagonizada por los dos artistas que una simple colaboración.

Lo mejor de Rosario, sin duda, la forma de dar vida a sus brazos en la soleá. Pero de nuevo Grilo hizo sombra sin intención y acaparó todo el protagonismo con un final de antología. Ella, en el taranto y abandolao, se mostró fresca y muy flamenca.

Otra extraña elección fue la de contar con hasta cuatro guitarras, una de ellas para cada pieza. Y una bulería a veinticuatro cuerdas y ocho manos. Esto sí, pura delicia.

La pareja, en un paso a dos por bulerías fue de lo más destacable de una noche en la que ni la puesta en escena, ni la iluminación, ni las transiciones pudieron dar consistencia lógica e hilvanar cada escena. Haría falta una revisión del espectáculo para que el guión quede más claro y muestre la grandeza que Rosario tiene encima de las tablas. Demostración loable que ha faltado por momentos en la noche de ayer.