opinión

La gran amenaza

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Una de las cosas más gratas que nos consiente la vida, a condición de no tener demasiada prisa, es la sobremesa con amigos.

No con conocidos, ni con «saludados». Con amigos. Es decir, con personas a las que les profesamos un afecto desinteresado y no que nos convenga, o les convenga a ellos, «quedar un día para comer».

No es fácil una buena sobremesa: no solo hay que hacer bien la digestión, sino hacer una buena conversación. Un pelmazo, ya sea adherente o taladrante, que son las modalidades más comunes, puede arruinarla. Para lograr ese dichoso espacio inmediato a la comida, lo más imprescindible es haber comido. Con mil parados más cada día son muchos los compatriotas que quedan excluidos. La gran amenaza no es contar de vez en cuando con ese rato de asueto, sino contar con las monedas precisas para permitírselo.

En el Foro de Davos han alzado la voz de alarma en vista del alza del precio de los alimentos. Están preocupados ante las posibles explosiones sociales por los procesos inflacionistas y creen que eso de jugar con las cosas de comer es jugar con fuego, aunque no haya nada en la lumbre. Muchos especuladores andan sueltos y hay que vigilar la moneda europea antes de que todos los euros estén en las mismas pecadoras manos.

Sarkozy dice que el mayor riesgo mundial es la elevación de los precios alimentarios. ¿Cómo no va a estar amenazada la sobremesa si el café ha subido un 40% este año? La sobremesa y la mesa, todo se tambalea. Para reconfortarnos, el presidente francés asegura que ni él ni la señora Merkel dejarán caer el euro. Que el buen dios se lo premie. Para los españoles el cambio de la vieja peseta al euro ha sido la sublimación del tocomocho. Una estafa contante y sonante. Las personas mayores en edad, saber y desgobierno, seguimos traduciendo. Si lo hacemos bien nos dan vértigos. Y cuando pagamos nos dan ganas de llorar.