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DEPORTISTAS SENTADOS

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Somos muchos millones de españoles los que hemos visto desde el sofá el radiante triunfo del Barça y el trabajoso y turbio empate del Madrid, con más faltas de las que suelen exhibir en sus redacciones interesadas algunos concejales de Cultura . Amamos el deporte sobre todas las cosas a condición de que no nos obliguen a practicarlo. Creo que lo mismo le ocurría a Bernard Shaw, que prolongó su residencia en la tierra hasta más allá de los noventa años. Atribuía su longevidad a que jamás hizo deporte más que el que le exigía acompañar en los entierros a sus amigos deportistas.

Todavía colea el agosto, que ya no es augusto, pero que sigue siendo lento. Para no hablar de las investigaciones de Hacienda, ni del nuevo recorte que se trama a las prestaciones por desempleo, se habla sobre nuestros delegables éxitos deportivos. Somos buenos en baloncesto, en motociclismo, gracias a Pedrosa, en automovilismo, gracias a Fernando Alonso, y en tenis, gracias a Rafa Nadal. ¿Qué más podemos pedir? Las clasificaciones de esos compatriotas nos eximen de otras, donde solemos salir mal parados, por mucho que corramos. Desdichadamente se produce un desnivel entre el cuerpo sano y la mente sana, pero no siempre hay que hacer responsable al retraso mental de nuestros políticos. Hay que tener en cuenta que en otras épocas lo único que intentábamos encestar era la cartilla de racionamiento.

El deporte, cuya más alta misión consiste en convertirse en una especie de esperanto que iguale transitoriamente a todos los hombres, nos permite apropiarnos de los éxitos ajenos. Yo mismo, malaguista desde que el Malacitano jugaba en un campo de tierra con incrustaciones de almejas, fui madridista atenuado en otra época, y ahora me he convertido bruscamente en barcelonista de toda la vida. Se conoce que lo que me gusta es ver a quien lo hace bien. No reúno las condiciones suficientes para ser un incondicional.