Opinion

El pulpo y la Virgen

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El cielo estaba despejado y las gaviotas sobrevolaban por entre el calor del mediodía. La boda de Jesús y Nerea había sido íntima y magnífica (el lubrigante, espectacular). Mereció el cansancio del viaje poder ver a un hombretón de casi dos metros llorar de pura alegría, un amigo de toda la vida. Cuando despertamos el cielo lucía azul. Era uno de esos días. Paseamos por el puerto de Ferrol, plagado de fortificaciones defensivas militares y, junto a una garita, hablando con dos soldados en posición de firmes, estaba José Luís, el padre del novio. Hay que hablar con la tropa, siempre. Preguntarle cómo le va, nos dijo. Si luego hay que meterle un paquete, se le mete, pero hay que hablarle. Entonces, nos preguntó si íbamos a Mugardos y le respondimos que no, pero que era buena idea. Montamos en el barco pagando los tres euros del billete y disfrutamos de la placidez de las rías altas guarnecidos a la sombra. Al llegar a la pequeña bahía del puerto divisamos diez o quince embarcaciones dando vueltas con alegría. Desde un pequeño atolón un alguien lanzaba cohetes de tres en cuatro. Pan pan pan pan. Los pasajeros hacían fotos con los iphones a los engalanados barquitos. Un gran cartel rezaba «Feirado polvo». Comenzamos a ensalivar. Al pisar el suelo de madera del muelle una pareja de policías locales y una pequeña banda de música esperaban a que bajaran de otro barco una imagen blanca, adornada con una bellísima corona de plata. Era la fiesta de la Virgen del Carmen. Sin prestar mucha atención a la procesión y a la vista de la hora que era (las Dos pé-eme) salimos corriendo al primer restaurante en que conviviesen en armonía las palabras «pulpo» y «mariscada». Los cohetes persistían. Al salir, no quedaba en la calle ni la concha de una zamburiña. El sol era asfixiante. Mientras tomaba un helado pensé en esa Virgen coronada llevada en volandas por un pueblo. También pensé en la gente que trasnocha en semana santa persiguiendo un Nazareno. Y en los militares ofendidos por no poder escoltar la procesión del Corpus. Me intrigó pensar cómo será la nueva Ley Orgánica de Libertad Religiosa que prepara el gobierno. Levanté del asiento. Al paso ligero acudí al barco nuevamente y busqué una esquina de sombra mientras escuchaba conversar con el capitán a unos sevillanos de Los Palacios, que hacían el Camino de Santiago. La vuelta no fue un suave mecer de olas y semejó una atracción de feria de esas que habíamos visto vacías en el muelle, a la bajamar. Seguía habiendo gaviotas. Volví a memorar ese pueblo, esa Virgen. Somos laicos de mentirijillas, pensé, y colgué la foto de la mariscada en mi Facebook.