MANUEL ALCÁNTARA

Intenciones

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Es algo prematuro, aunque también sea ligeramente tarde, averiguar por quién va a inclinarse el voto en las próximas elecciones, si es que antes de inclinarse no lo empujan. No es que estemos precipitando los acontecimientos, sino que los acontecimientos nos precipitan a nosotros. El infierno recaudatorio español está lleno de buenas intenciones, pero también de cifras diabólicas. Se trata de salvarnos a todos condenando a mucha gente al hambre eterna y hereditaria, esa que protagoniza nuestra historia desde el Lazarillo de Tormes, que competía con la de su amo, hasta que se instituyó, dichosamente, el cupón de los ciegos, que es una de las pocas cosas que no se le reprochan al duradero "régimen anterior".

Hace falta estar muy mal de la vista para no ver acercarse a los tiempos peores. Algunos, dada nuestra edad, que puede ser provecta, pero que no coincide con la que aflige a muchos jóvenes contemporáneos en busca de soluciones, pensamos que para salir de ésta, lo mejor hubiera sido no entrar, pero una vez dentro hay que encontrar la puerta y estamos perdiendo mucho tiempo en encontrarla. Se habla de intenciones de voto, pero la palabra intención, que viene del latín (don Manuel Azaña decía que todos los españoles hablamos un latín estropeado), se define como un proyecto encaminado a un orden o a un fin. Hay malas intenciones, del mismo modo que las hay buenísimas, pero siempre hay que desconfiar de las que nos asaltan en el primer momento, ya que el primer impulso suele ser generoso.

Le estamos dando mucha importancia a los pronósticos. Los adivinos, incluidos otros farsantes, con la bola rompen el cristal.

Es pronto. Los acontecimientos no se están quietos nunca. No hay que fiarse de las estadísticas, ya que dependen del estado de ánimo o de desánimo. Mucha gente no contesta cuando le preguntan por su intención.