ESPAÑA

Semana de pasión para Zapatero

El presidente del Gobierno vive sus peores momentos desde que llegó al poder sumido en una ola de desconfianza por la crisis económica

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El liderazgo, a veces, supone elegir el camino más difícil. Es el argumento defensivo de José Luis Rodríguez Zapatero para la que sin duda ha sido su semana más angustiosa desde que llegó al Gobierno. Siete días de pasión, en su sentido bíblico. La paz social, a la que hasta hace tan sólo unos días se aferraba como uno de sus grandes logros, está a punto de saltar por los aires; su convicción, apenas en diciembre, de que estábamos ante una salida inminente de la crisis -si no hemos salido ya, llegó a decir- se ha demostrado ilusoria, pese a que este mismo viernes insistió en que estamos en el umbral de la recuperación; los mercados castigan con saña a España; rapapolvos y agoreros vaticinios de los organismos internacionales; desórdenes en el patio del partido; y las encuestas vaticinan una desplome electoral del PSOE en intención de voto. Un poema.

Hay días para olvidar y semanas para borrar del calendario. Así lo ha comprobado Zapatero. La tormenta ha pillado al presidente del Gobierno cuando menos lo esperaba, dedicado de lleno a un semestre de la Presidencia rotatoria de la Unión Europea que tampoco ha resultado tan gratificante como él y los suyos preveían. Cuando los sindicatos reaccionaron indignados frente a las intenciones de elevar a los 67 años la edad de jubilación, Zapatero estaba en Suiza, en el foro económico de Davos; cuando en su partido empezó a cundir la preocupación por esta medida él hablaba ante la Unión Africana en Addis Abeba, y cuando el presidente castellano-manchego, José María Barreda, clamó por una crisis de Gobierno y una reducción de ministerios, se preparaba para volar a Washington aún, por cierto, con el disgusto fresco por la cancelación de la cumbre Estados Unidos-UE prevista para el 24 de mayo en Madrid.

En realidad, el jefe del Ejecutivo ha hecho todo lo posible para convertir estas obligaciones europeas en una ventaja. Si a algo ha dedicado sus viajes es a combatir la calamitosa imagen de la economía española. Allí donde ha puesto un pie, ha repetido que la deuda pública es razonable, que se encuentra 20 puntos por debajo de la media europea y que España ha demostrado en los últimos 25 años su capacidad de crecimiento económico y de gobernar bien sus recursos públicos. Lo hizo ante la Cámara de Comercio de los Estados Unidos y también ante el Atlantic Council este jueves.

Lo que en otras condiciones habría sido una jornada de gloria -a un presidente español no le invitan en cualquier momento a compartir el Desayuno de Oración Nacional con el presidente de Estados Unidos- fue una larga, intensa e incluso tensa jornada. En permanente contacto con su oficina económica y con la vicepresidenta segunda, Elena Salgado, el presidente del Gobierno no hacía más que recibir malas noticias al otro lado de la línea telefónica: la bolsa española caía en picado, perdió casi un 6%, los sindicatos no aflojaban en sus quejas y amenazas de movilizaciones callejeras, y el CIS asestó el último mazazo: el PP casi cuatro puntos por delante en intención de voto y la imagen de Zapatero peor que nunca.

El jefe del Ejecutivo recibió un baño de realismo en sus últimas salidas internacionales. En Davos experimentó, como Saulo camino de Damasco, una caída del caballo. Comprobó que las críticas que recibía de la oposición no obedecían sólo a la riña partidaria sino que estaban en consonancia con una opinión que desbordaba las fronteras. Recibió el mensaje: España no era de fiar. Su respuesta fue a la defensiva: España es un país serio, una condición que no es necesario verbalizar, se da por descontado en un país desarrollado.

Algo similar ocurrió en Estados Unidos. Su último discurso en Washington rezumaba ya enfado. Tras comprobar que su defensa de los índices de deuda y su afirmación de que España posee uno de los sistemas financieros más sólidos del mundo no calaban como era deseable, Zapatero arremetió contra sus críticos. Dejó claro que España no es Grecia, remarcó que quienes más ponen en duda las capacidades del país son ajenos a la zona euro e insinuó intereses espurios, quizá olvidando que uno de quienes esta misma semana lanzó una voz de alerta fue el socialista y español comisario de Competencia de la UE, Joaquín Almunia.

«Nuestra fortaleza está fuera de toda duda y el tiempo demostrará que algunos intentos en los que siempre hay especulación y ganas de beneficio a corto plazo no tienen ningún fundamento», bramó bajo la atenta mirada del grupo de empresarios que le acompañaron a la capital estadounidense, Francisco González, José Manuel Entrecanales, Rafael del Pino, Juan Miguel Villar Mir, José Ignacio Sánchez Galán y José Manuel Vargas, entre otros.

Desvestir a un santo

El presidente del Gobierno puso además sobre la mesa, como garantía de futuro, las reformas estructurales que ahora defiende a capa y espada; las mismas que hace unos meses no consideraba en absoluto urgentes, las que han cogido fuera de juego a su propio partido y por las que los antaño dialogantes y responsables dirigentes sindicales se le han puesto de uñas. Es el precio a pagar por la premura.

Las prisas que ahora tiene el Ejecutivo en sacar adelante la reforma laboral, la reforma de las pensiones y su repentino anuncio de un recorte presupuestario de 5.000 millones en este año, después de haber aprobado tan sólo el 22 de diciembre, los mejores presupuestos para hacer frente a la crisis pretenden cortar la vía de agua abierta: la de la credibilidad de España. Una credibilidad que empezó a resquebrajarse hace mucho. Allá por febrero y marzo de 2008, cuando la crisis daba sus primeros coletazos, Zapatero se empeñó en negarla y atribuía los malos indicadores a una mera desaceleración de la economía. Así siguió meses y meses pese a las evidencias. Sólo cuando era indiscutible asumió el error, pero qué error. Aquella equivocación, interesada por razones electorales o no, ha lastrado todas sus actuaciones posteriores.

Ahora el Gobierno viste un santo para desvestir otro. Actúa a macha martillo para acallar las inquietudes de los agentes internacionales, pero sin haber preparado el terreno para la adopción de medidas impopulares en el patio doméstico. La zozobra ha transformado al Gobierno y al PSOE en un hervidero. Pero de puertas para adentro. De cara a la galería se ha impuesto la máxima de a mal tiempo buena cara, y la vicepresidenta primera es el mejor exponente de esta estrategia. María Teresa Fernández de la Vega, impasible el ademán, defiende a capa y espada que no hay «giros ni bandazos» y sostiene que «el timón» está en buenas manos. Unas palabras difíciles de comprender cuando la endeblez gubernamental es un secreto a voces y se da por hecho que Zapatero encarará una crisis gubernamental al final de la Presidencia de la UE.

Ni los 'zapateristas' más acérrimos están en condiciones de negar la realidad. La semana «no ha sido muy luminosa», confiesa, tímida, la responsable de Relaciones Internacionales del PSOE, Elena Valenciano; el Gobierno está para «las duras y las maduras», ergo estamos en las duras, admite el portavoz en el Congreso, José Antonio Alonso. Pero despojados de nombres y apellidos, las valoraciones son menos comprensivas. «Las cosas no se están haciendo bien», apunta un destacado miembro de la ejecutiva federal; «así nos vamos a casa», comentan con desasosiego en el grupo socialista; "nos estamos equivocando", acepta un miembro del Ejecutivo. La sensación de fin de ciclo, impropia en sólo seis años de gestión, se acrecienta entre los propios socialistas, abonada por los errores propios y la presión opositora.

Ni siquiera el anhelado mandato semestral de la UE ha resultado ser el 'bálsamo de Fierabrás' para los problemas internos y para dar proyección internacional al líder socialista.

La gestión gubernamental, encima, tampoco ha conseguido la comprensión entre el electorado socialista. El 40,2% de los votantes del PSOE creen que Rajoy lo haría mejor o igual que Zapatero al frente del Gobierno, y apenas el 27,7% califica de buena o muy buena la labor del presidente, según el último estudio del CIS. El 42,9% de los votantes socialistas tiene poca o ninguna confianza en su líder. Y para rematar, sólo seis de cada diez personas que votaron al PSOE en 2008 lo volvería a hacer ahora.

Zapatero lo advirtió ante el comité federal del PSOE el pasado sábado y el jueves lo repitió en Washington tras conocer esa encuesta: «En momentos difíciles hay que elegir caminos difíciles. Tengamos el temple necesario». Quizás se avecinen más semanas de pasión.