Imagen de María de Villota en marzo de 2012. / Reuters
perfil (Antes del accidente)

La sexta mujer

Ninguna de las cinco mujeres que han participado antes de María de Villota en la F1 -tres italianas, una sudafricana y una británica- ha logrado resultados relevantes. La última carrera con una mujer fue en 1992

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Villota es al automovilismo en España lo que Botín a la banca o Entrecanales a la construcción. Emilio de Villota, un madrileño que ahora tiene 64 años, introdujo a toda una generación de españoles en el mundo de la Fórmula 1 cuando a finales de los setenta pilotaba como privado un McLaren pintado con los colores de Iberia. La F-1 era entonces un deporte minoritario que solo se podía seguir a través de las páginas de publicaciones especializadas como "Autopista" y "Fórmula" o, si se tenía la suerte de vivir cerca de la frontera, de las retransmisiones de los grandes premios en la televisión francesa. Villota nunca llegó a ser un primer espada de la F-1, pero su buena mano al volante y su perseverancia prepararon el terreno para la eclosión que se produciría años después de la mano de Fernando Alonso.

A punto de cumplirse tres décadas de su última participación en un gran premio, el de Holanda de 1982, el apellido Villota ha vuelto a la primera línea de la F-1. María de Villota, la segunda de las hijas del piloto madrileño, será esta madrugada testigo privilegiado como piloto de pruebas de la escudería Marussia de la carrera que abrirá en Melbourne la nueva temporada. María (Madrid, 1980) es la primera española que logra hacerse un sitio en un universo tradicionalmente monopolizado por los hombres. Familiarizada como está con el mundo de las carreras, conoce lo que son los alardes de testosterona y sabe también cómo neutralizarlos. «Algunos salen a la pista diciéndose que "al menos quedaré delante de la niña" y cuando les pasas ves cómo se les cambia el color de la cara», cuenta.

María creció entre olores de gasolina y goma quemada. Pese a que su padre no quería que sus hijos se dedicasen a las carreras, un mundo a su juicio demasiado ingrato, supo en cuanto se montó en un kart que lo suyo era la velocidad. Ni las parrafadas de su progenitor para que se dedicase a otra actividad ni sus exigencias de que completase unos estudios superiores torcieron su determinación. En cuanto terminó la carrera de Educación Física volvió a los circuitos para desafiar al volante a su hermano Emilio, su principal rival desde la infancia. «De los tres hermanos yo soy la única que no he heredado el veneno de la velocidad», explica con resignación Isabel, la hermana mayor. No es extraño que dos de los vástagos de Emilio de Villota se implicasen en la competición. La familia Villota pertenece a una hermandad que habla el idioma universal del punta-tacón y el doble embrague, un colectivo que ha hecho de los circuitos su religión y que comulga escuchando el bramido ronco de un V12 a punto de alcanzar las 18.000 revoluciones por minuto. El patriarca de la saga no aguantó mucho tiempo lejos de los circuitos cuando abandonó la F-1. Tras ocupar la dirección de la revista "Car Driver", puso en marcha una escuela de pilotaje que luego amplió con un equipo de competición en F3. La recompensa de sus hijos cuando traían buenas notas consistía en dejarles alguno de los karts de la escuela para que se desfogasen en la pista.

Podría decirse por tanto que lo de apurar frenadas y hacer interiores forma parte del código genético de la segunda generación de los Villota. Emilio y María, los hermanos "quemados", nunca se cansaban de rodar. El primero logró varios podios en la Fórmula 3.000 después de haber estudiado Ingeniería en Oxford y hoy es el manager del equipo Villota de F3. María, por su parte, probó suerte en las fórmulas de promoción y las cosas le fueron tan bien que antes de cumplir la veintena ya conocía lo que era subirse al sitio más alto del podio.

Ha competido en prácticamente todas las categorías del automovilismo deportivo y ha tomado parte en pruebas como las 24 Horas de Daytona o la Challange Ferrari. En las dos últimas temporadas ha corrido la Superleague Fórmula, una categoría en la que participaban bólidos de 750 caballos con los colores de equipos de fútbol. Las puertas del cielo se le abrieron cuando recibió el año pasado una invitación del equipo Lotus de F-1 (antiguo Renault) para probar uno de sus monoplazas en el Paul Ricard. Era la primera vez que María se subía a una bestia de más de 800 caballos capaz de volar a casi 400 por hora en la larga recta de Mistral. Así describió entonces sus sensaciones: «Lo mejor no es la velocidad, ni la frenada, ni hacer una curva a 300 a fondo; lo mejor es poder estar al límite de agarre, sentirlo y poder lidiarlo sutilmente. Nunca había disfrutado tanto al volante. ¡Un subidón!».

El interés de Eclestonne

La prueba fue bien, muy bien. Tan bien que los tiempos de María no tardaron en llegar a los oídos de Bernie Eclestonne, que además de gran patrón de la F-1 es también el dueño del Paul Ricard. Es probable que haya sido el propio Eclestonne el que haya movido los hilos para que María se convierta en la piloto de pruebas de Marussia, una escudería rusa con sede en el sur de Inglaterra. Sus registros en el trazado galo son un argumento añadido para una estrategia que consistiría en la paulatina apertura de la F-1 al mundo femenino. ¿El propósito? La incorporación al tinglado de firmas comerciales que hasta ahora lo habían ignorado por su marcado sesgo machista.

La llegada de María ha supuesto de momento el desembarco en la F-1 de dos marcas vinculadas al universo femenino: la revista "Hola" y la crema Heliocare. Ha sido un regalo inesperado para las dos firmas, que han sido fieles patrocinadoras de la piloto madrileña. María, mientras tanto, se ha sumergido en su nueva disciplina como pez en el agua. Lo primero que hizo nada más aterrizar en Melbourne hace una semana fue machacarse en un gimnasio. «Soy menos fuerte que mis compañeros y por eso tengo que compensarlo con más horas de ejercicio», dice la piloto, que cree que su condición femenina le beneficia porque «tengo un pelo más de frialdad que los hombres y por eso manejo mejor la tensión».

Su hermana cree que no tardará mucho en aclimatarse a la F-1. «Conoce a mucha gente del mundo de los circuitos y además es muy extrovertida y muy risueña, tiene don de gentes». Es también extremadamente perfeccionista en lo que se refiere a los coches y en cuanto tiene un rato se pone las zapatillas para salir a correr. «Es una loca del deporte, ha corrido al menos dos maratones y también le gusta mucho andar en bici».

Todo ha ido tan rápido -el acuerdo con Marussia se firmó hace un par de semanas- que María no sabe aún si podrá conducir un F-1 esta temporada. «Soy piloto de pruebas, no reserva, y se puede dar la ocasión. Si no pensara que tengo la oportunidad de correr no estaría aquí». Esta semana ha participado en todas las reuniones del equipo junto a los dos pilotos titulares, el alemán Timo Glock y el francés Charles Pic. «Mi sueño es correr un gran premio y cada vez lo veo más real», insiste. Seguro que cuando su padre vea esta madrugada los destellos de su melena rubia por los boxes del circuito australiano de Albert Park no podrá reprimir unas lágrimas.