Vista aérea de la finca 'El Relumbrar', en Albacete. / J. M. E / J. A D.
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La finca de Vera que nadie quiere

Tiene tres viviendas, vides, almendros y hasta un coto de caza

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Paco Teruel despacha barras y hogazas detrás del mostrador de su panadería. Pero no le vende el pan a ningún vecino famoso. En otros tiempos, su padre era el proveedor de Rafael Vera, exsecretario de Estado para la Seguridad, cuando el 'número dos' del Ministerio del Interior se dejaba caer por Alpera: un pueblo de Albacete de 2.500 habitantes, donde el alto cargo compró una imponente finca rústica, se hizo amigo del panadero y conservó la amistad hasta que murió hace cuatro años. Entre cliente y cliente, su hijo repasa esos días en los que su familia y los Vera, a los que sigue llamando en Navidad y Año Nuevo, compartían olor a pólvora, risas y confidencias junto a un buen plato de perdices estofadas o carne a la parrilla.

La finca El Relumbrar era el lugar de reunión. El oasis de Rafael Vera, donde descansaba «hasta dos y tres veces al mes y siempre en Semana Santa», recuerda Paco. Allí escapaba del mundanal ruido, pero no le sirvió para huir del escándalo que supuso la guerra sucia contra ETA y la malversación de caudales públicos procedentes de los fondos reservados. Según la sentencia del Tribunal Supremo de octubre de 2004, Vera metió la mano en la caja y se apropió indebidamente de 3,8 millones de euros.

Con parte de ellos -unos 125.000 euros sobre el papel, aunque luego se demostró que fue bastante más- compró la finca a una sociedad cuyo titular era su hermano y utilizando a su suegro como testaferro. «Cuando escucho eso me rechinan los oídos. ¡La finca era de mi padre! Por favor, no queremos hablar de esto», replica por teléfono la esposa de Vera.

Él siempre ha defendido que el dinero público solo lo utilizó para asuntos relacionados con su seguridad, pero los jueces no pensaron lo mismo y fallaron que acabó gastando 850.000 euros de todos los ciudadanos para la compra y reforma de El Relumbrar y de otra hacienda que la familia poseía en Torrelodones, La Berzosilla. La sentencia ordenó embargar ambas propiedades.

Una ganga

Casi diez años después de aquello, el Estado (el nuevo dueño) sigue intentando vender El Relumbrar al mejor postor para recuperar parte del dinero que Vera sustrajo de las arcas públicas. Pero hasta ahora nadie ha estado por la labor de rascarse el bolsillo. La finca es, hoy por hoy, lo más parecido a una ganga. Con los sucesivos intentos de subasta, el precio ha ido bajando notablemente. En febrero del año pasado andaba por los 8,5 millones de euros; en abril salió por 7,25 millones; en julio la licitación cayó hasta los 2,8 millones. Ahora se acaba de fijar en 2,6 millones. Es decir, una rebaja del 69% en menos de un año. Y seguirá bajando. «La próxima subasta -que previsiblemente se podría celebrar en marzo- va con otra rebaja del 15% sobre esos 2,6 millones. Ya no tiene sentido que el Estado siga alargando este proceso», explican fuentes de la Delegación de Hacienda en Albacete. Con los nuevos precios, el interés va en aumento, que en la última puja la sala «estaba llena», pero todavía nadie ha llegado a depositar el 25% del valor de la finca para poder pelear por ella. Mientras, en Alpera los rumores sobre el futuro dueño no cesan: que si el padre de Andrés Iniesta, que si el propietario de un enorme terreno contiguo, El Moralejo... Nada en concreto.

La alcaldesa, Cesárea Arnedo, tiene claro los motivos por los que la finca no se ha vendido todavía. «No creo que sea por la leyenda de Vera ni por la fama de la propiedad. Más bien tiene que ver con la inversión que hay que hacer para poner en marcha toda la maquinaria de producción de un terreno que ocupa tres grandes parcelas entre los municipios de Alpera e Higueruela. Y eso que no es de las más grandes de la zona; es de las normalitas», relativiza Arnedo. «Pero tampoco se nota que esté parada».

El Relumbrar se extiende por 627 hectáreas (el equivalente a otros tantos campos de fútbol) con almendros, viñas (que siguen dando uva gracias a la labor de la empresa pública Tragsa, encargada del mantenimiento de los terrenos), cereales y un coto de caza. La vivienda más grande (son tres, una para los señores y otras dos para los empleados), de 470 metros cuadrados, tiene aspecto de cortijo sevillano, siete habitaciones, cinco cuartos de baño y un salón comedor de 200 metros.

La residencia está flanqueada por almacenes para piensos, tres cuadras, una bodega, silos y transformadores. Tampoco faltan la barbacoa y la piscina: los dos embalses construidos en la zona, con capacidad para más de un millón de metros cúbicos de agua, no son aptos para el baño.

A pesar de que los empleados de Tragsa acuden periódicamente «para que no se pierda el valor de la propiedad», el único movimiento que se intuye es el de las perdices rojas, las torcaces y las liebres que campan a sus anchas y que servían para las jornadas de caza de Vera y compañía. «La finca no está abandonada, pero tampoco se invierte dinero en las instalaciones porque en esta situación de crisis sería perderlo», admiten en la empresa pública. Aun así, los pinos que jalonan la verja de entrada están perfectamente cortados y la veleta que corona el torreón sigue marcando la dirección del viento.

En las partidas de dominó todavía se sigue hablando de este trozo de tierra, que algo dejará también en el Ayuntamiento, en forma de plusvalías, cuando se venda. «Aunque no será mucho», calcula Arnedo. Los vecinos no se olvidan del señor» de El Relumbrar, que se tomaba los chatos en el bar La Parrilla o en Los Arcos como uno más. Hay quien dice, como Paco, que Vera y su familia «son bellísimas personas y siempre se han portado bien con Alpera». Y hay quien se queja, como José, de que «solo unos meses después de que lo metieran en la cárcel me lo encontré en el merendero de Ayora -un pueblo cercano- metiéndose un plato de chuletas así de grande. ¡Vaya cara!». Una compañera de poyete le replica que era uno más: «Aquí siempre se portó bien con la gente». «Lo que está claro es que nadie se ha olvidado del tema», sentencia la regidora.

A los alperinos les cuesta mucho menos hablar de su ilustre vecino que a su entorno más inmediato. El propio Vera no ha querido responder a las preguntas de este periódico. El exministro de Interior José Barrionuevo, compañero de prisión, ni sabe ni contesta. Y a Juan Carlos Rodríguez Ibarra, expresidente de Extremadura y amigo personal del exsecretario de Estado para la Seguridad, no le parece «procedente hablar sobre la vida de una persona que está fuera de la circulación».

En Torrelodones

Efectivamente, Rafael Vera está fuera de la circulación. Tras el secuestro de Segundo Marey, los GAL, los fondos reservados, 18 meses en la cárcel y 14 años de procesos judiciales, Vera está hoy jubilado. A punto de cumplir 67 años, este aparejador de profesión trata de pasar desapercibido en Torrelodones, donde vive en un dúplex junto a su mujer. Allí intenta llevar una vida lo más tranquila posible, aunque no le trate demasiado bien. Al fallecimiento de su hijo Alberto en un accidente de tráfico con 17 años, en marzo de 1988 -Vera vio el cuerpo tendido en la carretera-, se unió hace unos meses la muerte de su nieto, que padecía cáncer. No llegó a cumplir los nueve.

Han sido los golpes más duros. «Pero él es muy fuerte. Un tipo que no se rinde», recuerda el periodista Javier Álvarez, que le ha entrevistado en varias ocasiones en la cadena Ser. Así que Vera no deja de caminar hacia adelante. Pasea todos los días -«es para lo único que le dan las piernas, nada de montar a caballo», detalla un familiar-, escribe sobre sus experiencias y elabora análisis terroristas. De vez en cuando toma algún chato y compra el pan. Pero sin Paco, ni el Relumbrar, no es lo mismo.