
Cuando el príncipe encontró a su sirena
Hay historias de amor en la que es la plebeya la que conquista el corazón del protagonista y son los anillos olímpicos los que sellan su amor
MADRID Actualizado: GuardarUna Alteza Serenísima puede ser muy querida por sus súbditos incluso si proviene de una familia de finanzas modestas o es completamente ajena a los círculos aristocráticos. La metamorfosis sin traumas es posible sobre todo en un minúsculo reino, no más grande que el Central Park neoyorquino, donde una actriz de Hollywood fue la responsable de transformar un principado al borde de la quiebra en una de las zonas más lujosas del mundo. Sin embargo, cuando Alberto y Charlene Wittstock se conocieron en las Olimpiadas de Sidney 2000, la pequeña joya del Mediterráneo y su castillo ya no vivían un cuento de hadas. La larga sombra de Grace Kelly no iba a durar para siempre. El glamour al alcance de las masas había hecho mucho daño a la imagen del príncipe heredero, sometido a una legión de paparazzi y columnistas de chismes que detallaban su "indignante comportamiento".
Con el nuevo siglo, Alberto de Mónaco –"el más dulce" de los Grimaldi, el más próximoal carácter de su madre– se transformó en blanco fácil para los tabloides. En el verano de 2000, parecía correr tras las mujeres (se hablaba de romances con Brooke Shields y Claudia Schiffer, entre otras). Los periódicos se regodeaban con su reputación de playboy. Y eso que todavía no se sabía que era padre de Jazmin Grace Rotolo, fruto de un "affaire" en 1992 con una excamarera norteamericana casada, a la que conoció cuando ella estaba de vacaciones con su marido en la Riviera. Ni que llevaba tres años de relación con la azafata togolesa Nicole Valérie Coste, que en 2005 dijo que el príncipe era el padre de su hijo Alexandre Eric Sthepane.