análisis

Siria: ciegos pero no sordos

El primer grupo de observadores árabes llegará el próximo jueves a Damasco después de que ayer se firmra el protocolo que permite el trabajo de esa misión

MADRID Actualizado: Guardar
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Súbitamente y casi en secreto (un viceministro de Exteriores lo hizo en El Cairo el domingo), el gobierno sirio firmó el acuerdo con la Liga Árabe negociado a primeros de mes y que, teóricamente aceptado, se hacía de imposible aplicación porque exigía el envío de observadores extranjeros a Siria para certificar su aplicación.

Hoy hay una explicación puramente formal y sin interés político genuino a cargo del influyente ministro de Exteriores, Walid Muallen, según la cual se ha examinado a fondo y llegado a la conclusión de que tal presencia no afecta a la soberanía nacional. Muy puntilloso en ese registro, el régimen se dice, pues, tranquilo porque tal soberanía está a salvo y la temida e iinaceptable interferencia extranjera no se produce.

Las cosas son solo formalmente así y lo sucedido, en realidad, es un ejercicio de realismo, tal vez tardío, que por fin permite describir la crisis en Siria desde la afirmación del personaje con que el gran Gore Vidal empieza “Creación”: soy ciego, pero no sordo… El régimen sirio, tan monolítico y bien organizado, ha sido acusado de ceguera por no asumir su difícil situación y empeñarse en no mirar alrededor, pero por fin ha oído sagazmente. Y probablemente ha escuchado… al viejo socio ruso.

El giro de Moscú

En efecto, es imposible no establecer alguna conexión entre la decisión siria de intentar una salida política pactada y la de Rusia de presentar – inopinadamente – un proyecto de resolución sobre la crisis en el Consejo de Seguridad de la ONU, paralizado hasta ahora porque Moscú, con la anuencia discreta, pero suficiente, de China hacía saber que vetaría cualquier texto destinado de un modo u otro a justificar el cambio de régimen en Damasco.

El embajador francés en las Naciones Unidas, Gérard Araud, calificó, un poco irónicamente, de hecho maravilloso que Moscú, por fin, presentara un borrador que, aunque contendría aspectos inaceptables para el bloque occidental, sería considerado y traducía una actitud constructiva. Habría que añadir, y casi casilo indicó el embajador ruso en la ONU, Vitali Churkin, su cualidad esencial: enviar una fuerte señal a los propios sirios.

En efecto, la parte rusa podía quejarse: ha protegido al régimen sirio, en nombre de la vieja alianza entre Siria y Rusia que procede del periodo soviético y del general Hafez al-Assad, padre del presidente actual, Bashar y cuya fortaleza y duración prueban hasta qué punto las opciones estratégicas no se alteran necesariamente por los cambios sobrevenidos en la naturaleza jurídico-política de uno de los firmantes. Para Rusia la base naval de Tartus, por ejemplo, es en territorio sirio una pieza central en su despliegue por el Mediterráneo y el baluarte anti-norteamericano que es Damasco, con sus socios locales, sobre todo en Líbano, una pieza estimable en el equilibrio regional.

Al más alto nivel

Algo ha sucedido, pues, en el proceso de reflexión y toma de decisiones en Damasco, que no ha podido sufrir súbitamente un ataque de cordura. Y en lo apuntado está la clave, como muy creíble si se recuerda que, entre la completa indiferencia de los medios, se trasladó a Moscú hace unos día y ha permanecido allí varios días sin duda en intensas consultas, Faruq al-Sharaa. Un nombre que nada dirá al público no iniciado, pero que es el vicepresidente de la República tras haber sido más de veinte años ministro de Exteriores, con Hafez y hasta 2006 con su hijo Bashar.

Es como si, fuera de los focos durante los diez meses de sangriento conflicto, algo hubiera movido su reaparición en escena, aunque entre bastidores. Hizo el conocido camino de Moscú, donde fue recibido al más alto nivel y, supuestamente, concertó toda la operación en marcha con los dos jalones tal vez coordinados: Moscú presentaría un proyecto de resolución en la ONU que contendría severos reproches a la conducta siria pero salvaría al régimen y Damasco anunciaría su aceptación del plan de la Liga Árabe, que es mucho más que el envío de observadores.

Dicho y hecho. Está por ver que funcione porque el programa árabe incluye la retirada del ejército de las calles, la liberación de todos los detenidos políticos, un genuino diálogo político con la oposición, la entrada libre de periodistas extranjeros y… los famosos observadores, que deberán confirmar la aplicación del total. ¿Es demasiado? Tal vez porque – y este es el gran déficit del plan de arreglo – llega tarde. Hacia agosto habría sido perfecto. Hoy, con casi cinco mil muertos, la oposición armada y mejor organizada, los Hermanos Musulmanes de nuevo aguerridos en su bastión de Homs… tal vez no funcione. La oposición exiliada ya ha dicho que es una simple maniobra para ganar tiempo…