Litografía del último virrey del Perú, José de la Serna. / Archivo
LA OTRA HISTORIA

Ayacucho, el fin de las colonias americanas

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Centenares de cuerpos cubren el campo de batalla. Los restos del ejército español huyen para reorganizar sus escasas defensas. La mayoría de sus compañeros están muertos o son prisioneros de las tropas enemigas. El último virrey del Perú, José de la Serna, está herido y también ha sido capturado. Los soldados de Antonio José de Sucre celebran su triunfo. El sueño de la independencia ha dejado de serlo y ya pueden acariciarlo. La derrota de Ayacucho para las armas realistas, el 9 de diciembre de 1824, marca el fin del dominio español en Sudamérica. Aunque aún se librarían algunos combates, con gestas como la resistencia del Callao, las posiciones españolas estaban perdidas.

La situación en Hispanoamérica ya era compleja desde comienzos del siglo XIX. La Guerra de la Independencia no hizo sino agravar las cosas. Después tampoco mejoraron. El 1 de enero de 1820, el general Rafael del Riego al mando de 20.000 hombres cuyo destino eran las colonias americanas para sofocar la rebelión, se alza en Sevilla en defensa de la Constitución de 1812 y contra el absolutismo de Fernando VII. El pronunciamiento es un éxito. Comienza el Trienio Liberal.

Al otro lado del Atlántico, el virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, es víctima de los nuevos tiempos. Tachado de absolutista y denunciado por su incapacidad para poner freno a las sublevaciones, Pezuela es apartado del cargo. José de la Serna toma el mando como último virrey español. Este gaditano es un veterano de la guerra peninsular, donde ya dio muestras de su enorme valía. Fue uno de los defensores del sitio de Zaragoza. Tras la caída de la ciudad, fue capturado por los franceses, aunque luego consiguió escapar. Sus hazañas le hicieron popular y le permitieron ascender hasta el cargo de brigadier. Tras el regreso de ‘El deseado’ fue enviado a las colonias.

Una vez en el Perú, y tras comprobar la incapacidad de Pezuela, aprovecha la coyuntura política en España para tomar el mando en 1821. El Gobierno constitucional ve con buenos ojos el cambio. Una vez en el poder, De la Serna suma varias victorias frente a los independentistas, que parecían muy diezmados. Las autoridades españolas confían en acabar pronto con los aires revolucionarios. Pero el enemigo no son solo las huestes de Simón Bolívar. También se esconde entre sus propias filas.

Rebelión interna

En el Alto Perú -que abarca la gran parte de la actual Bolivia- Pedro Antonio Olañeta no comparte los ideales liberales del virrey. Con la restauración del absolutismo en la península tras los Cien Mil Hijos de San Luis, Fernando VII revoca todas las leyes aprobadas durante el Trienio. Olañeta piensa que De la Serna está deslegitimado y ve su oportunidad. El 22 de enero de 1824 se subleva junto a sus hombres. El enfrentamiento fratricida es inevitable y el único vencedor es el ejército libertador de Bolívar.

Tras varias refriegas en el que ambos bandos comenzaban sus acometidas con ‘vivas al rey’, De la Serna logra controlar la situación y Olañeta se refugia en sus dominios del Alto Perú. Pero el virrey había pagado su pírrica victoria con la vida de gran cantidad de sus mejores y más veteranos soldados.

Bolívar aprovechó este respiro para reorganizarse y planificar la campaña final que debía expulsar a los españoles del continente. A finales de 1824 la situación para los realistas era desesperada. Sin tropas suficientes y sin refuerzos a la vista, De la Serna se lo juega todo a una carta: la batalla de Ayacucho. Allí, unos 6.000 combatientes de ambos bandos miden sus fuerzas. El bando español, cansado tras meses de lucha sin recibir ayuda alguna, se ve superado por el ímpetu rival. Las tropas independentistas del mariscal Sucre logran la victoria definitiva para su causa. A partir de ahí, España es incapaz de presentar una oposición seria. Olañate resiste unos meses más en su fortín del Alto Perú, pero acaba muerto en una inútil defensa.

Tras la capitulación española, De la Serna regresa a España, donde es requerido para explicar la derrota. Y es que Ayacucho fue un estigma para los militares españoles que participaron en ella. Cargaban con el fin de más de tres siglos de presencia en el continente. El imperio ya no existía, aunque la posesión de Cuba y Puerto Rico permitió mantener el sueño unas décadas más.