Rania marca moda con su elegante estilo. / Archivo
casas reales

Rania se reinventa para seguir reinando

Aclamada por unos y denostada por otros, la reina de Jordania ha cambiado la alta costura por los caftans para no hacer mucho ruido entre quienes alzan la voz contra ella

MADRID Actualizado: Guardar
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Podría inspirar Rania el guion de una película. Mejor dicho, de una miniserie. No, mejor aún, de un culebrón. Y engancharía, seguro, porque tiene todos los ingredientes para triunfar. Mujer guapa conoce al hijo del rey. En una sucursal bancaria de la capital de Jordania, para más señas. Él, de visita a su cuñado; ella, la chica llegada de su Kuwait natal que dirige el departamento de Informática. Y en menos de seis meses, boda. Y la joven se convierte en princesa de un príncipe que no está destinado a reinar. Hasta que un buen día el rey, enfermo de cáncer y cansado de las intrigas palaciegas lideradas por su hermano, ansioso de trono, decide deshederarlo en favor del mayor de sus hijos. Muere el rey. Nuevo rey. Y nueva reina. Y nuevo frente abierto, esta vez con la anterior reina, que no es la madre del recién estrenado rey, pero sí aspira a serlo de quien está llamado a convertirse en el siguiente monarca. Porque así lo dejó escrito el rey muerto. Pero el flamante rey, porque puede y manda, retira a su hermanastro de la línea sucesoria para colocar a su primogénito. Y, a todas estas, la nueva reina cada día se hace más popular, y más bella, por qué no decirlo, gracias a vestidos que casi nunca bajan de las cinco cifras y a esos retoques que todos aprecian pero que nadie ve. Y, ojo, que la historia no se detiene aquí, porque la joven se enrola en tal cantidad de causas benéficas que uno pierde la cuenta. Y alza la voz por las mujeres árabes. Y se convierte en defensora a ultranza de la causa palestina. Y, en definitiva, que a nadie deja indiferente. Porque a ella tampoco nada la deja indiferente. Aclamada o denostada. No hay término medio. Odiada o amada. Pero siempre ahí, en primera línea. Hasta ahora.

Y aquí se podría poner punto final, porque el culebrón ya tendría su miga. O punto y seguido. Porque hay más. Y adentrarnos entonces en las revueltas árabes que han llevado a Rania a reinventarse. Porque la Rania de hoy no es la de antes de esa primavera que la dejó helada. En realidad está escribiendo otro capítulo de su historia, como parece que hizo desde el día que entró a formar parte de la familia real hachemí. Nunca ha dejado nada al azar. O, al menos, esa sensación transmite. No fue casual que eligiera al londinense Bruce Oldfield para que la vistiera de novia, porque este diseñador era el favorito de la princesa Diana, el primer espejo en el que se miró. Como no fue casual que poco a poco, pero cada vez de forma más constante, tomara papel protagonista en la vida política de un país dividido ante su reina por el jaque que lanzó a Noor. Ni tampoco que cuando le viene en gana se salta el protocolo para destacar, como hizo en la boda de los príncipes de Asturias, de largo cuando el resto de las damas van de corto. Y así, una tras otra.

Sus detractores lo tienen claro: vive por y para ella, en un mundo de lujo y derroche, sin preocuparse de los problemas y penurias de los jordanos. Sus defensores, tampoco tienen dudas: ninguna reina ha hecho más por Jordania, su imagen internacional atrae inversiones y turistas a un país que, en sí, es muy pobre en recursos naturales. Pero, dejando a un lado a unos y otros, y centrándonos en la realidad de Jordania, más y más voces piden una reina más sencilla y un cambio constitucional que otorgue más poder al pueblo y menos al rey. Y Rania, que escucha, para no oír más gritos de crítica, se ha despojado de joyas y solo acude actos en la que su imagen sume y no reste. Y lo hace envuelta en un caftán, nada de firmas exclusivas, nada de diseños del libanés Elie Saab, nada de bolsos Hermès. Incluso, su actividad en las redes sociales se ha reducido. Todo para no hacerse notar demasiado. Todo para ser otra reina. Todo para seguir siendo reina.