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Misterios cairotas

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¿Qué ocurrió entre la noche del jueves y la tarde de este viernes para que, cuando menos segura parecía, se produjera la renuncia del presidente Mubarak? Todo nos autoriza a examinar con lupa la única información disponible para todos, algo que ocurrió a medio camino entre las dos fechas: el “comunicado número dos” del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.

Los militares enviaron más bien una señal pro-régimen en la medida en que exhortaron explícitamente al público a volver a casa, reanudar el trabajo y proteger la propiedad. Y, además, hacían depender de tal cosa, es decir, de que desaparecieran las “vigentes circunstancias” -lo de plaza Tahrir y aledaños-, el que se aboliera cuanto antes el estado de excepción.

En el fondo, y en un clima de decepción, se proponía una suerte de transacción política con visos de planteamiento infantil: si eres bueno, regresas a casa y se restaura el orden público, y se verá abolir la inicua y superflua legislación de emergencia. Hay que añadir, además, que el paquete democratizador estaba incluido en la propuesta Mubarak incluso desde su primer discurso y con toda precisión de artículos en el de ayer.

Hipótesis provisionales

Es verdad que los militares han cuidado mucho su condición de padres de la patria y protectores de la nación, que en realidad se autoatribuyen, y que los muertos de los primeros días los puso la Policía, no ellos. Se puede dar por más menos seguro que el ejército hizo saber a quien corresponde que no dispararía sobre la gente, exactamente igual que sucedió en Túnez, lo que remitía a una negociación político-táctica sobre cómo proceder.

Pero tampoco evidenciaron nunca los uniformados que estuvieran listos para abandonar al presidente, uno de los suyos y comandante en jefe. De hecho los militares no recibieron con entusiasmo la entrada en escena como vicepresidente y “hombre fuerte” de Omar Suleimán. Aunque general en la reserva, hace décadas que nadie le ha visto de uniforme porque su trabajo era la seguridad política, las alianzas y la diplomacia del régimen, sobre todo en el escenario medio-oriental.

Así las cosas, es lícito preguntarse qué ha sucedido entre el comunicado y la renuncia, y la hipótesis más racional debería insistir en lo apuntado: los militares estaban en la didáctica social (son “el pueblo al que sirven”) no en la represión. Mubarak habría podido verse abandonado en los hechos, no formalmente, y optado por dimitir tras dejar El Cairo y volar a su residencia estival en Charm el-Cheik.

Una pista clave

Hay, en fin, en la renuncia y su formulación, telegráfrica, un dato muy sugerente. Él renuncia y entrega el poder “a las Fuerzas Armadas”, no al vicepresidente, cuyo destino es, en este momento, impreciso si no está ya amortizado por el huracán en curso. Y en esta decisión se pueden intuir algunos matices de interés y una especie de envoltura castrense que da a la renuncia la apariencia de un asunto de familia: los militares, siempre dispuestos al sacrificio por la Nación, aceptan y sostienen la patriótica decisión.

De hecho la posibilidad de que tal cosa ocurriera así fue examinada por algunos entendidos locales tipo Hamza Handaui, quien no se ha cansado, lúcidamente, de advertir de la dimensión “uniformada” que la salida del presidente podría revestir eventualmente. Parecería, en fin, que se quiere sugerir que la altura de miras del “rais” también jugó un papel, pues él habría querido evitar a sus camaradas de armas el trágico dilema: mantener la obediencia o tirar sobre “sus hermanos, el pueblo”.

Todo este tono, un poco retórico y lastimero, durará apenas unos minutos a efectos prácticos: quien ha echado a Mubarak, claro está, ha sido la gente, los vecinos de El Cairo que, no se olvide, han podido reunir las mayores manifestaciones públicas nunca vistas en la región. Mubarak se equivocó de plano al no presentir, él, con tanto oficio y tan intuitivo, que la marea popular era genuina, hija de una impaciencia justificada e imparable.