análisis

Pobre reforma, reforma pobre

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La tan ansiada; como esperada reforma laboral nace en medio del más absoluto de los desamparos. Claro que necesitábamos cambiar nuestro sistema de relaciones laborales y, creo justo reconocer, desde un principio, que esta ley mejora la situación de la anterior.

Pero resulta patético que el Gobierno no haya sido capaz de contentar ni a los empresarios, ni a los sindicatos, ni a ningún partido de la oposición. El calvario de su aprobación da buena cuenta de lo último; la huelga general convocada para el próximo día 26 refleja la reacción de los sindicatos y las acerbas críticas emitidas expresa el desagrado empresarial. Todo un éxito.

Habrá quien vea en este rechazo general la muestra evidente de su equilibrio y su justeza. Pues no, se equivoca. Es la constatación de un gran fracaso negociador y de la imposibilidad evidente de contentar a todos los agentes involucrados. El Gobierno debía de haber optado por una postura clara. O reformar en profundidad las reglas actuales, como pedían los empresarios que son a fin de cuentas quienes crean los empleos; o satisfacer a los sindicatos con la aplicación de meros retoques superficiales. La reforma va más lejos de esto, pero sin llegar a aquello. Se queda en una desolada tierra de nadie.

En estos asuntos se produce una secuencia inexorable. Necesitamos empleos en abundancia para paliar la lacra del paro y los empleos los crean las empresas y las empresas las ponen en marcha los empresarios. Es decir, para que cualquier paquete de medidas laborales aspire a la eficacia es necesario que las normas "no asusten" a los empresarios, ni generen miedo a contratar, como desgraciadamente sucede en la actualidad, Luego, claro está, hay que salvaguardar y proteger los derechos de los trabajadores. Sobre todo los de aquellos que carecen de fuerza negociadora con el patrono. Pero, si la ley debe impedir los abusos de los empresarios y proteger a los trabajadores; también debe proteger a la empresa y permitir que acomode su oferta de empleo a los vaivenes irregulares de la coyuntura. Cualquier otra postura es un trozo de pan para hoy y mucha hambre para mañana.

En este sentido, la reforma laboral mejora lo que teníamos, pero no satisface lo que esperábamos. Es posible, y sería deseable, que la realidad nos desmienta estos negros presagios y la coyuntura podrá ayudar mucho a ello si se confirman las expectativas de crecimiento que se han vuelto más favorables en los últimos meses. Pero, de momento, hoy solo podemos confirmar la inutilidad del Gobierno y el vuelo gallináceo de la oposición. ¿De verdad que nos merecemos lo que tenemos?