opinión

Un paseo por la borda

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La ciencia muestra que esta ciudad fue fundada por los tirios durante el siglo XII antes de Cristo, quinientos años previa a Roma. Sobre una isla llamada Eritheia. Así como la urbe romana se funda en la vecina Kotinousa, llegando a competir en esplendor con la propia metrópoli, quiero suponer que más por la belleza de las ‘Puellae gaditanae’ que por el mercadeo del atún. Describen los historiadores que otra ciudad próspera florece durante el XVIII, retrato maquillado de una plaza fuerte cercada por custodiadas murallas, en cuyo interior los pobladores vivían hacinados entre estrechos callejones cerrados por altas tapias de conventos.

Yo creo que la hermosa ciudadela marinera que hoy podemos disfrutar es más una fabulación, tal vez de Italo Calvino (El Castillo de los Destinos Cruzados, 1969). Tan mágico palacio que flota sobre las aguas no puede ser sino invención de un poeta. Hoy la terrible muralla que encerraba la ciudad se ha convertido en un bello paseo. Aseguraba una profesora neozelandesa que jamás había disfrutado un lugar tan hermoso, y hasta llegar desde las Antípodas ha debido visitar muchos otros sitios.

Disfrutemos la borda de este barco de piedra como gustaba decir al poeta Martínez del Cerro. Pasado el Frente de Tierra ya muy alterado y que ahora sólo se puede contemplar en la maqueta de 1777, y dejando atrás el Baluarte de Santa Elena, parece obligado un alto en el de Santiago, balcón al paisaje portuario e industrial. Más abajo, la Estación Término adosada a su bella predecesora de 1890 de cuya fachada escamotean desafortunadas edificaciones esperando ser demolidas a fin de recuperar la plaza entre el acceso por tren y los muelles de pasajeros, umbral de la ciudad al mundo.

Lo más atractivo de la gira marinera se inicia en el Baluarte de San Carlos que con el de Candelaria traza la Caletilla de Rota donde se alberga la Alameda: hace poco colgué una foto del lugar en facebook y varios usuarios preguntaron incrédulos: «¿Esto es Cádiz?» Resulta hermoso contemplar la Bahía desde uno de esos bancos de azulejería y a la sombra de los robustos magnolios. Más allá del enclave cultural que forman: La Candelaria, el Reina Sofía y el ECCO, la dilatada fachada de los antiguos cuarteles contiene la ciudad frente al Parque Genovés con su alegre colonia de loros, y la Punta de la Soledad, desde donde se llega a la Ensenada de la Caleta. Imprescindible el plano de Fierro Cubiella que cita los nombres de cada piedra, restos de las ciudades fenicia y romana, ya desdibujados por la marea.

Al recorrer el Camino del Arrecife dejando que el agua nos salpique de sal y arena, antes de alcanzar San Sebastián y desde allá contemplar todo el litoral, desde el Templo de Melkart hasta la Torre Tavira, no está de más visitar a Fernando Quiñones en la Puerta de esa Caleta que le hizo poeta. Sentado en el Puente Canal desde donde todo buen gaditano se ha zambullido en las aguas, pienso en que este recorrido bien merece un nuevo libro y allá mismo hace algún tiempo que comencé a escribirlo.