hoja roja

Escrúpulos

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Como siempre, resulta que después de visto todo el mundo es listo. Y resulta que ahora, todo el mundo parece haberse criado con Jorge Mario Bergoglio, todo el mundo lo veía como Papa, todo el mundo lo ha leído, y todo el mundo sabía, como el que se paseaba un día antes del inicio del cónclave con una pancarta por la plaza de San Pedro, que el nombre elegido sería Francisco. Eso sí, cuando salió el protodiácono todo el mundo se quedó mudo. Y no sólo porque la manera discursiva –parkinson aparte– del protodiácono era para dejar al mundo sin palabras, sino porque una vez más se puso de manifiesto que la realidad y el deseo van cada uno por su lado y rarísima vez se encuentran. Tantas quinielas, tanta biografía, tanto papel mojado. El deseo se llamaba Scola y la realidad sacó de la chistera –o de la paloma– un nombre que no les sonaba ni siquiera a los vaticanistas de 13tv, que ya es decir.

Definitivamente, lo real y lo virtual escasamente convergen. Virtualmente tenemos un sistema educativo que sólo falla en lo administrativo y en la clientela –los niños– porque tiene al cuerpo de maestros más preparado de la historia. Vale. Pero de cuando en cuando, la realidad pega bofetones y pone sobre el tapete algo que muchas veces se nos olvida. La inmensa mayoría de los maestros que salen hoy en día de las Facultades fueron ya víctimas del sistema LOGSE, ese engendro por el que los alumnos sólo aprenden lo que tienen a su alrededor. Y eso que en Andalucía podemos darnos con un canto en los dientes porque con esto de la extensión y variedad geográfica, nuestros hijos estudian lo que es una montaña, una costa, un golfo, una bahía, y pueden presumir de que la historia se pasea por cada una de las ocho provincias, lo mismo que la literatura y el arte. Pero imagínese el panorama de un niño de Madrid, estudiando acequias, arroyos, ignorando por completo a Machado o a Góngora y buscando entre cuatro piedras restos de una historia algo más que compleja. Sí, ya lo sé, ¡qué exagerada! dirá usted. Y lo dirá porque sabe cómo he abominado de esa asignatura llamada Conocimiento del Medio.

La misma asignatura en la que los aspirantes a maestros en las últimas oposiciones celebradas en Madrid –hace año y medio, por cierto– se lucieron. Prueba de conocimiento se llamaba el examen en el que se les planteaba cuestiones con un nivel equivalente a un alumno de sexto de primaria, es decir, cortito. Menos de un 2% supo decir por qué ciudades pasan el Duero, El Ebro y el Guadalquivir y muchos de los aspirantes situaron en Madrid los tres ríos, del mismo modo que colocaban Albacete, Ciudad Real y Badajoz en la nómina de provincias andaluzas. Eso por no entrar en la prueba de lengua en la que se les pedía, entre otras cosas, definir una palabra tan inusual en estos días como ‘escrúpulo’ aunque menos de la mitad supo responder y muchos dijeron que significaba ‘atardecer’ –debe ser por influencia de los vampiros de Crepúsculo y Amanecer, digo yo–. Un auténtico bochorno.

Lo triste de la noticia no es la antología del disparate de los potenciales docentes, ni la rentabilidad que el gobierno pretende sacar a esta situación. Lo triste es que estos jóvenes –muchos de ellos vocacionales– son el producto de un sistema educativo que no hay por donde cogerlo. Lo triste es que hace mucho que en educación perdimos los escrúpulos, que según el diccionario son ‘dudas o recelos que punzan la conciencia sobre si algo es bueno o malo’.