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Excelso rejoneo de Diego Ventura en El Puerto

Se lidiaron seis ejemplares de José Murube, discretos de presencia y descastados. Los cuatro últimos, mansos y rajados.

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Si el arte del toreo a caballo pretendiera algún día rozar la perfección, tendría que mirarse en el espejo deslumbrante de Diego Ventura. La pasada noche en El Puerto se vivió otra lección magistral de su excelsitud rejoneadora, abundante en centelleantes e inverosímiles recortes, en los que deja llegar al toro hasta el límite milimétrico que las leyes físicas permiten. Para ello, es tal la compenetración alcanzada entre jinete y cabalgadura, que se diría que constituyen un binomio inseparable, que se erigen en un auténtico y verdadero centauro. Cual si fueran engaños de percal, la grupa y ancas del equino se acercan al enemigo bovino para provocar su embestida, templan después su acometida, dejan llegar a jurisdicción y finalmente quiebran en un palmo de terreno. Sin solución de continuidad, en cite ortodoxo y frontal, ofrece con pureza los pechos el caballo, se dirige en rectitud a la res, a la que burla su acometida en el último instante y prende el acero en todo lo alto del morrillo. El atractivo dinamismo, intrínseco al rejoneo, adquiere con Diego Ventura una dimensión especial de gran espectáculo y plasticidad.

Tras una actuación compacta, despachó a su primer enemigo con un rejón de muerte de efecto fulminante. A base de medidos círculos concéntricos, que se van reduciendo progresivamente en su diámetro, detuvo Ventura la embestida del quinto de la suelta, animal sin casta ni fogosidad en sus embestidas, que pronto se refugiaría en tablas. Pero ello no constituyó óbice para que el sevillano escenificase un tercio de banderillas muy meritorio, por lo que tuvo de exposición y de despliegue de torería. Antes del rejón definitivo, a toro ya agotado e inmóvil, prendió una sucesión de banderillas cortas y rehiletes a dos manos con gran soltura y precisión.

A lomos de “Rubia”, una bella yegua baya, templó Fermín Bohórquez las primeras briosas acometidas del astado que abrió plaza y al que castigó con sendos rejones de desigual colocación. Excelente resultó su toreo durante el tercio de banderillas, en el que acompasó la velocidad equina con la encendida y pujante embestida del enemigo. Pero, perdido éste su gas inicial y refugiado ya en la querencia, hubo de arriesgar en los terrenos de dentro para poder clavar un último par de rehiletes a dos manos. El jerezano mostró sus arrestos y torería al recibir a su segundo enemigo a porta gayola, frente al que abundaría después con cabriolas y piruetas con el fin de encelar su embestida. Pues se trató de un aquerenciado animal que obligaría al esfuerzo de un laborioso tercio de banderillas, que finalmente resultaría alegre, variado y brillante. Los continuados errores ante sus dos toros en el uso del rejón de muerte, privaron a Bohórquez de cualquier posibilidad de obtener trofeos.

Como es costumbre en Portugal, apareció Joao Moura ataviado a la federica, o usanza cortesana dieciochesca, y sus caballos también lucían adornos singulares del pretérito modo. Se encontró el lusitano con dos enemigos que demostraron escaso ímpetu en la persecución de la cabalgadura, ante los que demostró un hábil manejo de riendas y gran conocimiento de los terrenos. Supo sacarlos de la querencia mediante el efectivo adorno del bello y armónico balanceo equino, para verificar después lucidos tercios rehileteros, en los que se mostró muy pulcro en las reuniones y ortodoxo en la colocación de los palos.

Fermín Bohórquez: Silencio tras aviso y ovación.

Diego Ventura: Dos orejas y oreja.

Joao Moura: Oreja y ovación.

Plaza de toros de El Puerto. Más de media plaza en noche agradable.