Malos vientos

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Lo que llamamos felicidad es una ráfaga que de pronto nos da en la cara, como si alguien se hubiera dejado entreabierta las puertas del paraíso, pero la desgracia siempre las tiene abiertas. Entra el aire por todas las rendijas de Europa, cuyas ventanas al mundo no tienen burletes para impedir que se cuelen los vientos más malos, entre ellos el peor de todos, que es el de la locura. Según Chesterton, loco es el hombre que lo ha perdido todo menos la razón, pero es cierto que uno solo hace ciento mientras muchas personas razonables, aunque sean mil, no se propagan con la misma intensidad. Asistimos ahora a un notable incocina. El hombre estaba como una cabra, pero cómo se explica el asalto al depósito judicial de Málaga, donde los ladrones robaron cientos de cientos de kilos de cocaína. El edificio donde se custodia la droga acumulada gracias al esfuerzo de la Policía y de la Guardia Civil tenía «una vigilancia escasa». El golpe pone en entredicho no sólo la seguridad del estado de las instalaciones, sino del estado mental de los que cobran de la Subdelegación del Gobierno.

Quizá tenga la culpa el viento, pero la verdad es que estamos todos un poco trastornados, o sea aventados, y ya se nos están hinchando las narices. En Alemania, mientras la señora Merkel, que es por ahora la única, cree que la solución a la crisis es el europeísmo, ve cómo crece en una patria el movimiento neonazi, que ahora se llama NPD (Partido Nacional Democrático) que ya se ha cargado a varios emigrantes, ya que el cerebro humano es un territorio por explorar, pero no es lo mismo tener un cable pelado que aspirar a mejorar la convivencia disminuyendo el número de las personas que todavía viven. Es mejor echarle la culpa al viento.