el maestro liendre

El asombroso advenimiento

Dentro de siete días se abrirán los cielos de la esperanza para los que sólo hemos tenido nubes en el ánimo

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C uando vi a Manuel Chaves –con esa edad, con esa trayectoria y esa pinta de hombre serio– dar saltitos en el Palacio de Congresos de Cádiz y gritar con soniquete «este partido –minipausa– lo vamos a ganar», comprendí que lo han perdido. Con los mítines hemos pasado ya de la sospecha a la incomprensión y, de ahí, al bochorno. Más que resultar obsoletos, rechinan, desagradan, molestan. Parece que provocan el efecto contrario que se buscaba cuando fueron creados, en otro siglo. Lejos de servir para transmitir cualquier mensaje o compromiso, esa idea expuesta, por brillante o ilusionante que pueda ser, queda inmediatamente desacreditada si se expone en semejante escenario maniqueo e impostado, ideal para el histrionismo e incompatible con la utilidad pública. Son sainetes ante un público de convencidos a los que se intenta convencer. Objetivo bien facilón. Mientras, los que esperan una orientación, una pista, huyen espantados, están a galaxias de esos lugares y su interés por acudir se reduce a cero. Si alguna vez se hace realidad esa historieta de que internet y las redes sociales sustituyen esta forma de transmitir propaganda, ya le habrán hecho un gran servicio a la humanidad entera.

Porque si alguna tara tienen estas ruidosas asambleas diarias de los grandes partidos políticos es su intrascendencia, su absoluta falta de importancia y utilidad.

Los que van, ya han decidido. Así que da igual lo que les digan. Los que no lo tienen clara la papeleta que les espera, ni se plantean acudir ni se les pasa por la cabeza utilizar esa fórmula para decidirse. Si desaparecieran de la faz de mi tierra, no los echarían de menos más que los técnicos, transportistas y profesionales que se ganan unos euros a cambio de la paliza de estos 15 días. Sólo por ellos lamentaría yo tan celebrada pérdida.

Pero el que no se consuela es porque no quiere y ya ha pasado la mitad del tiempo. Una de las dos semanas de campaña ya es historia. Ya sólo habrá que aguantar esta ruidosa nada siete días más y entonces, todo acabará. El próximo 20 de noviembre habrá más misas de las que corresponden a tal día, un domingo, y se abrirán los cielos de la esperanza a los que sólo hemos tenido nubes en el ánimo desde que Zapatiesta se empeñó en estropearlo todo con su insistencia en la torpeza y su talento para el error.

Esa etapa, como los mítines, quedará atrás en siete días, que vienen a ser tres telediarios repetidos, un ratito, nada comparado con los siete años de vacas flacas (ya sé que han sido menos, pero se han hecho largos) que tendrán su bendito final el próximo domingo.

De pronto, los españoles nos pondremos a trabajar como Dios manda. Los que se decían representantes de los trabajadores, adalides de las clases medias y los asalariados verán como sus caretas caen por el peso de la vergüenza y porque les cortarán el elástico. Teófila lo dijo el jueves en uno de estos mítines, en El Puerto. Pero eso es casualidad.

La productividad crecerá porque no es que seamos unos vagos, no es que seamos incapaz de dibujar un cero con un tubo de aluminio, ni que estemos mal formados o no creemos patentes. Es que estamos mal dirigidos y ahora tendremos un ariete que derribe todos los obstáculos que nos separan del paraíso, que por lo visto es el pleno empleo. Eso ya lo prometieron los socialistas y lo consiguieron, redujeron el desempleo a la nada pero solo entre sus afines, correligionarios y parientes. Si ahora son los populares los que les emulan, no se logrará eliminar el paro del todo pero al menos se alcanzará una solidaria rotación que podríamos convertir en sistema. Ocho años trabajando, ocho no. Lo peor queda para los que no son ni de unos ni de otros. Pero ese es el peor de los casos.

El mejor es el que se nos viene encima, un horizonte de eficacia y eficiencia que pondrá fin a este desastre reciente.

El lunes 21 de noviembre está ahí, a la vuelta de la esquina. Este partido lo vamos a ganar. Todos.

Hasta Chaves.