SÍNDROMEPUJOL

Dicen que decía lo siguiente: «No merece la pena conquistar a una mujer de primera si después no se lo puedes contar a tus amigos». Era Luis Miguel Dominguín, padre de Miguel Bosé y torero, muy torero, para más señas, al que se le atribuyen romances hollywoodienses de la talla de Ava Gardner, Rita Hayworth o Lauren Bacall. Las leyendas urbanas narran la escena del torero que dijo que había rematado la faena con una de estas divas del celuloide, en cierto hotel de la Villa. Pues, supongo que muy a su pesar, Gerard Piqué está siguiendo los pasos del torero en lo que a exhibicionismo amatorio se refiere. Entiendo que el apodo de torero no le siente bien a Piqué si tenemos en cuenta sus manifestaciones en el túnel de vestuarios del Bernabéu, donde dejó claro su catalanismo militante. Pero el macho ibérico tiene estas debilidades, que tiene que contarlo para disfrutarlo plenamente: «que tu tendrás el disco de la 'Saki' y todo lo que quieras, pero a mi me canta al oído y me baila en privado». Y es que los toreros son como los bilbaínos que nacen donde quieren, incluso en el país donde los toros están prohibidos. Vamos a ver, que entiendo la pasión desenfrenada entre dos latinos en edad y con cuerpo de arrasar, pero igual el palco del Nou Camp no era el mejor escenario para la parada nupcial. No solo por respeto a tus compañeros de trabajo que estaban dando el callo, tampoco por respeto a los jugadores del Osasuna que se jugaban el descenso, sino por Pujol. Ese chico, ese amigo que tenía a su lado la pareja que no sabía dónde meter la cabeza para disimular y hacer ver que no veía ni sentía el calor del roce. Todos hemos sido Pujol alguna vez, cuando tu amigo del alma se echaba pareja y tenías que salir en formación de trío haciendo el papel de carabina. De ahora en adelante, lo podríamos llamar 'el síndrome Pujol'. Si es que el amor es pura tauromaquia, uno torea y los demás de subalternos, y con suerte, pones un par de banderillas en un descuido del maestro. Ha nacido un torero. Pasen buen día.