vuelta de hoja

Nuestra hospitalidad

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Hemos acogido con los brazos más abiertos a los huéspedes ricos que a los que solo traían los suyos para trabajar. No puede ser de otra manera cuando buena parte de la economía nacional se basa en el turismo, o sea, en ofrecerle una grata apariencia a quienes vengan a vernos. En un tiempo ese atractivo se edificó no sólo en el cambio de ambiente, sino en el cambio de moneda, pero el euro echó por tierra los deseos de viajar de mucha gente, incluso de los que llegaban por mar, exceptuados los que venían en pateras.

La virtud de la hospitalidad la estamos ejerciendo exclusivamente con los económicamente fuertes, sobre todo con su descendencia, cómplices y demás subordinados. Hemos sustituido a los peregrinos y menesterosos, que eran muchedumbre, por los que trincaron dinero de sus patrias y se hicieron con grandes patrimonios. Acogimos no sólo a nazis o a mafiosos de la ex Unión Soviética, sino a opulentos capos de la droga. Lo único a tener en cuenta era su cuenta corriente.

Ahora que Libia está que arde y hasta aquí llega el olor a chamusquina, se está restringiendo el uso de la magnanimidad. En toda Europa existen movilizaciones bursátiles para controlar la fortuna de Gadafi. Antes de que el tirano se ahogue en la sangre de sus compatriotas quieren poner a salvo sus mal ganados caudales. El dinero es neutral y no todos los países están dispuestos a congelar las cuentas del dictador. Las inversiones son demasiado cuantiosas y es necesario esperar a ver en qué queda la batalla de Trípoli para elegir sin equivocarse cuál es el ganador. Están en juego muchas gasolineras.

Aconsejaba el clásico tratar bien al huésped «por ruin que fuere». Entendida la palabra ruin no sólo como despreciable y mezquino, sino como humilde. Revisar las costumbres de los exiliados, y más si son voluntarios, es algo muy peligroso. Suelen ser generosísimos con la nación de acogida.