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El príncipe del Dakar

Al-Attiyah, el principal rival de Carlos Sainz, es miembro de la familia real de Catar y fue tirador olímpico

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Miembro de la familia real de Catar, extrovertido, millonario y endiabladamente rápido cuando se coloca detrás de un volante. La tarjeta de presentación de Nasser Al-Attiyah, de 40 años, no deja a nadie indiferente. El piloto que ha arrebatado a Carlos Sainz el liderato de la prueba automovilística por etapas más importante del mundo tiene además otras facetas tan sorprendentes como poco conocidas: es un gran jinete, ha sido tirador de carabina en cuatro ediciones de los Juegos Olímpicos y colabora con Catar Foundation, la empresa que ha firmado un contrato de patrocinio millonario con el Barcelona.

Dicen los que le conocen que es difícil que Al-Attiyah pierda la sonrisa. Su comportamiento con el resto de los participantes del París-Dakar y con los mecánicos y ayudantes del equipo en el que está integrado, el todopoderoso Volkswagen Motorsport, es irreprochable. «Da la impresión de que se considera a sí mismo como una especie de embajador de Catar porque siempre saca tiempo para atender a todo el mundo y lo hace además con la mejor de sus sonrisas», dice uno de los miembros de la organización de la carrera. Cuando la prueba entró hace unos días en Chile, un joven admirador del piloto catarí se coló en el parque cerrado con intención de entregarle una bandera de su país que había hecho con sus propias manos. Además de frenar a los miembros de la organización que se habían movilizado para expulsar al intruso del recinto, Al-Attiyah se le acercó, le dio un emocionado abrazo y en un perfecto inglés le pidió su teléfono para invitarle a visitar Catar con todos los gastos pagados. El episodio ha hecho que en Chile, donde el Dakar se sigue con pasión desbordante, el piloto catarí se haya convertido en una de las figuras favoritas de los aficionados y en las últimas etapas ha empezado a ser habitual la presencia de banderas del emirato en algunos de los tramos del recorrido.

Pero la faceta afable de Al-Attiyah desaparece en cuanto se encierra con su copiloto en el estrecho habitáculo de su Volkswagen Race Touareg. El catarí deja a un lado los modos versallescos que exhibe en público y se convierte en una máquina de conducir extraordinariamente agresiva. Entre los aficionados pasa por ser uno de los pilotos más rápidos aunque hasta ahora esa característica le había mantenido lejos de los primeros puestos en una prueba donde es más importante la regularidad que la velocidad. Tanto en la edición de 2005 como en la de 2006 tuvo que abandonar por un exceso de fogosidad. La experiencia parece haberle enseñado a atemperar su instinto y tras su ingreso en la escudería Volkswagen se ha convertido en uno de los más firmes candidatos a la victoria. El año pasado estuvo a punto de lograrla y se quedó a sólo dos minutos y doce segundos de Carlos Sainz, la menor de las diferencias en toda la historia del Dakar. Ahora se ha instalado en la cabeza de la clasificación y todo parece indicar que sólo un golpe de (mala) suerte o una genialidad del piloto madrileño podrían impedir que el catarí se llevase el ralle, sobre todo si se confirma que Volkswagen no tiene intención de dar órdenes de equipo que favorezcan a alguno de sus pilotos.

Lo que no cabe duda es que el duelo entre ambos pilotos ha proporcionado un interés añadido al Dakar, que durante su época en tierras africanas acostumbraba a estar sentenciado días antes de su finalización con ventajas que a veces sobrepasaban las dos horas. Nunca hasta ahora se habían visto finales de carrera tan apretados y menos aún imágenes de una rivalidad tan cerrada, con los dos primeros pilotos a punto de chocar circulando a más de cien por hora entre las dunas.

El trazado de las últimas etapas del Dakar beneficia sobre el papel al piloto catarí debido al protagonismo de la arena. «Si algo tenemos en Catar es arena», suele bromear cuando se le pregunta por qué es tan rápido cuando conduce entre dunas. Los especialistas dicen que el único piloto capaz de plantarle cara en ese terreno es el francés Stephane Peterhansel, toda una leyenda del Dakar, aunque la inferioridad de su montura le ha apartado en esta edición de la cabeza de carrera.

Al-Attiyah ha depurado su agresivo estilo para mejorar sus resultados. «He practicado para evitar las derrapadas porque eso favorecía los pinchazos y nos hacía perder mucho tiempo», aseguraba antes del inicio de la prueba. Su presencia al frente de la tabla por delante de mitos del automovilismo como Carlos Sainz o el propio Peterhansel corrobora la bondad de la táctica escogida por el príncipe, que es sobrino de la madre del actual emir de Catar. Al-Attiyah tiene la vida resuelta sin necesidad de vencer el Dakar –participa en un conglomerado financiero familiar que engloba a una cuarentena de compañías– aunque seguro que el título le procura una satisfacción muy superior a la de cualquiera de sus negocios. Al fin y al cabo entra dentro de lo probable que entre la realeza catarí el petróleo se valore casi tanto como la sangre azul.