Tribuna

Cultura gratis, ¿por qué?

DIRECTOR DE LA REVISTA DE POESÍA 'PIEDRA DEL MOLINO' Actualizado: Guardar
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Escribo estas líneas poco después de oír a la ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, reafirmar su compromiso con los creadores y anunciar el pronto nacimiento de un «observatorio» o «alguna herramienta» específica que vea «cómo evoluciona» lo relacionado con los contenidos en Internet y los derechos de propiedad intelectual. A tal efecto, se ha creado una comisión interministerial que pretende llevar sus conclusiones al próximo Consejo de Ministros, y que abordará de lleno la forma de «hacer compatible el derecho de los ciudadanos a la cultura 'on line' con el de quienes invierten en cultura y les corresponde una compensación».

Según los últimos datos, la aportación de las actividades vinculadas con la propiedad intelectual al PIB es del 3,5% y el sector del libro es la industria con mayor aporte a este índice: el 1,21%. Es decir, que además de que el quehacer de escritores, traductores y editores sea una de las bases de la riqueza intelectual de la sociedad, ese esfuerzo contribuye a la creación de puestos de trabajo y a la mejora de la balanza comercial.

Dejando a un lado los datos expuestos y la ingente y honrada tarea que realiza el colectivo artístico de nuestro país, desde un plano personal, me resulta cada vez más sorprendente que esta labor se vea tantas veces ninguneada por distintos estamentos de la sociedad -ya públicos, ya privados-, y sea día tras día vapuleada a través de una singular corriente que encuentra en la palabra cultura un indiscutible sinónimo de gratuidad.

Meses atrás, Javier Reverte resumía de manera muy acertada, en uno de sus artículos, la sorpresiva reacción que se desprende de una buena parte de la población ante este tema: ¡Cuánta gente se asombra cuando un pobre poeta pretende cobrar por un pregón o una conferencia! «¿Pero no es cultura?», preguntan atónitos. Y alguien responde con miedo a que le tomen por loco: «¿Y no hacen cultura Plácido Domingo, o Paco de Lucía, o Mikel Barceló cuando cobran por cantar, tocar la guitarra o pintar el interior de una catedral? ¿Qué es cultura y qué no es?»

En mis más de quince años al pie de las letras, he ido avivando -a la medida de mis posibilidades-, la justa y reconocida dignidad que debemos exigir todos los que nos dedicamos a la creación.

Es lógico que, cuando uno inicia su andadura, esté agradecido de publicar un poema en una o varias revistas, de hacer una presentación del libro de un colega, de dar un recital de su propia obra en un café bohemio, de atreverse con una traducción para una publicación internacional., pero, con el paso del tiempo, esta actitud, no debe convertirse en costumbre, sino todo lo contrario. Igual que uno pasa veinte o veinticinco años de su vida formándose para llegar a ser profesor y, después de ese tiempo, su enseñanza se transforma en un trabajo remunerado, el artista alcanza un estatus en el que su identidad ya no es la de un ingenuo e ilusionado principiante.

El ego de los autores no es ilimitado, y tampoco importa demasiado alcanzar «la gloria», si aquí, en la tierra, el dinero no nos alcanza para llegar a final de mes.

En tesituras de índole literaria, ciertas actitudes vergonzantes e insolidarias abundan. Y mucho. ¿Por qué no cobrar por una conferencia sobre 'La novela histórica en el siglo XX'? ¿Alguien sabe el esfuerzo y las horas que conlleva ese trabajo? Según parece, sólo el que lo hace. ¿Por qué participar en el jurado de un premio donde hay que leer un centenar de originales y obtener como toda recompensa un bolígrafo o una placa recordatoria? ¿Por qué realizar un trabajo para una Fundación, Institución o Ayuntamiento o recibir un galardón de una Diputación y tener que llamar una y mil veces al supuesto responsable para saber cuándo estará disponible el cheque en cuestión?

Por ello, es necesario -como bien se apunta y se suscribe con toda razón desde el Centro Español de Derechos Repográficos (CEDRO)-, informar y concienciar a los ciudadanos para llegar a una nueva cultura social en la que se ponga en valor la creación y la innovación y se consigan comportamientos responsables de cara a ello.

Aún siendo una opción personal es arriesgado vivir sin la certeza de qué vendrá mañana., pero ese riesgo, no justifica que un creador deje de cobrar por la tarea que se le encomienda, ni que se le intente birlar un dinero que le corresponde como a cualquier otro trabajador.

A pesar de que ahora el problema más debatido sea el de las descargas ilegales de los internautas -por cierto, ¿a alguien le gustaría que colgaran impunemente en la red las fotos familiares de su último viaje, las cartas que ha intercambiado con su novia o los números de su cuenta bancaria?-, la conciencia profesional de todos los creadores, debe dar un giro radical y convencer a unos y otros que su reconocimiento y remuneración están sobradamente justificados.

¿La cultura, gratis? No, gracias.