Miles de viajeros afectados en julio de 2006 por una huelga de personal de Iberia esperan en el aeropuerto barcelonés de El Prat. :: EFE
Economia

La incómoda aventura de viajar en avión

La sobrecapacidad instalada en el sector y la presión que soportan las aerolíneas por la crisis convierten a los pasajeros en rehenes Huelgas o quiebras dejan a miles de pasajeros tirados, víctimas de un negocio en tensión constante

MADRID. Actualizado: Guardar
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Antes era un lujo. Ahora, todo menos eso. Las últimas semanas han puesto en evidencia lo débil de la posición de los pasajeros frente a un complejo sistema aeronáutico, sometido a tensiones a veces ingobernables por las autoridades, y que en minutos puede dejar a miles de viajeros literalmente tirados en cualquier lugar del mundo durante días.

Parte de la explicación a semejante caos es la sobrecapacidad del negocio aéreo, que ha vivido tiempos de vino y rosas y ahora se enfrenta a una caída en picado de la demanda a la que las compañías no pueden hacer frente a pesar de su intensa política de reducción de costes, vuelos y rutas. La crisis se nota y mucho en un segmento en el que el viajero de negocios, que es el que realmente paga dinero por su billete, ha optado por la videoconferencia o por el pasaje en clase turista.

Hay demasiados aviones y compañías para un número de pasajeros cada vez más reducido. En España, por ejemplo, Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea (Aena) ha pasado de tener 210 millones de viajeros en 2007 a poco más de 175 este año. La Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) prevé que el sector pierda unos 11.000 millones de dólares en 2009 y otros 5.600 millones este año. Sólo ese dato hace prever que los ajustes de empleo y la exigencia a las plantilla de una mayor productividad continuarán. Lo que, sin duda, redundará en más presión sobre los pasajeros, a los que también habrá que hacer más rentables.

A las aerolíneas sólo les queda una alternativa: la concentración. Las fusiones (Iberia y British protagonizan una de las más importantes de los últimos tiempos) y las compras se redoblarán en los próximos meses. Y no sólo entre compañías tradicionales. La presión de la competencia de las 'low cost' (que ya traen a España más turistas extranjeros que las tradicionales) ha estrechado los márgenes y traerá más cambios.

Tensión constante

En los últimos tiempos el mero hecho de volar genera una más que notable inquietud entre muchos de quienes se acercan al aeropuerto. Puntualidad, autochecking, maletas, mostradores, controles. Todo se convierte en un proceso estresante, fruto de la enorme presión bajo la que vive el sector, obligado a funcionar al milímetro y a tener los aviones el máximo tiempo posible en el aire para no perder dinero a cada minuto.

Las medidas se seguridad, elevadas tras los atentados del 11-S y ahora llevadas al límite, fueron el inicio de los inconvenientes. Eso, a pesar de que en España el trámite es mucho más amable que en otros lugares, donde la policía es sensiblemente más dura y la más ligera broma o mala cara puede costar cara. De hecho, algunos de los vigilantes de los aeropuertos de Aena han recibido cursos de 'amabilidad'.

Pero lo grave del panorama no es lo incómodo sino lo incierto que puede resultar tomar un avión. Las últimas semanas han dejado en evidencia fallas inaceptables en un sistema del que dependen miles de puestos de trabajo y, sobre todo, que supone uno de los componentes principales del Producto Interior Bruto, el turismo. El escándalo de Air Comet, que arrastraba desde hacía meses una deuda millonaria con multitud de autoridades y proveedores, o los problemas con los controladores aéreos -verdaderos dueños de las torres de control- revelan que cualquier cosa puede pasar, sin que nadie lo pueda remediar.

En el caso de Air Comet llueve sobre mojado. El caso no es idéntico, pero recuerda sobremanera al de Air Madrid. De hecho, fue la empresa de Gerardo Díaz Ferrán la que captó los derechos de vuelo de Air Madrid y a 575 de sus trabajadores. Investigada por Fomento desde hacía tiempo, la firma se mantuvo en activo y vendió decenas de miles de billetes hasta que un juez británico le obligó a cerrar.

El conflicto de los controladores aún dará que hablar. Son los únicos que pueden decidir el cierre de una pista, como ha quedado demostrado, sin que Aena -que les cedió demasiado poder en los últimos años- pueda impedirlo. El Ministerio de Fomento quiere apretarles las tuercas, pero ellos recuerdan que son los únicos que pueden parar España.