Ciudadanos

«No hay clientes. Es la crisis»

Las prostitutas se quejan de la ausencia de demanda y desconocen las quejas vecinales mientras se preparan para afrontar un largo y frío invierno en el Cuvillo

EL PUERTO Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

A las dos de la tarde, hora punta de desplazamientos, de niños que salen de la escuela, del trayecto a casa para almorzar es habitual verlas esperar desde la avenida de Valdelagrana. En tacones o plataformas sobre el acerado del Cuvillo, con escuetas prendas de colores chillones, ya casi no llaman la atención de los conductores, como si se hubieran mimetizado con los reclamos publicitarios que cubren el vallado del estadio a los pies de esta importante arteria de comunicación de El Puerto con las poblaciones de la Bahía.

En ese momento, las que ejercen son apenas una decena de mujeres. Suficientes para causar desazón en quién las observa recorrer con languidez el asfalto. Derecha, izquierda, derecha, izquierda. El acceso por la gasolinera hacia su «territorio» despierta expectativas, que se tornan en inmediata desilusión cuando ven salir del coche a una mujer. «¿Quieres preservativos?», pregunta la más bisoña. Las demás, dan la espalda y algunas lanzan improperios en su idioma. Las que se quedan, que son las menos, repasan de arriba a abajo al interlocutor y le preguntan si lleva cámaras. Responden con monosílabos y no bajan la guardia. Son en su mayoría rumanas y centroafricanas. Las primeras están más «organizadas» y a veces se las ve con sus proxenetas. Las africanas van más «por libre». Aunque comparten espacio en aparente armonía, las disputas son ocasionales. Las españolas, que no alcanzan la decena, suelen aposentarse lejos de la «competencia», en el entorno del instituto Pedro Muñoz Seca.

Con un minúsculo conjunto de estampado animal, el pelo oscuro recogido en una coleta y una gentil sonrisa tras la capa de maquillaje, la que ofreció preservativos habla de lo mal que está el negocio. «No viene nadie. No hay clientes». Es rumana, dice tener 25 años y lleva seis meses en El Puerto. Aún no controla demasiado el español pero lo suficiente para reconocer que no lo está pasando bien. ¿Y cuándo haga más frío? Se encoge de hombros. De las quejas vecinales poco sabe. «Nosotras estamos aquí y ellos allí». Un pequeño revuelo desvía la atención hacia varios vehículos que pasan. Una de ellas encuentra trabajo.

Sobre un bloque de cemento que hace las veces de banco, una compatriota de 21 años se explica con el castellano medianamente fluido que ha asimilado tras un año de estancia aquí. «No viene nadie. La crisis. Sólo podemos esperar». En estas pasa un patrullero de la Policía Nacional. «No ocurre nada. Nunca nos dicen nada. Está todo bien con ellos». El sol del mediodía camufla el descenso de las temperaturas. «¿Cuándo haga más frío? No sé. Me iré a Rumanía». Una gran carga de sarcasmo cubre su cara lavada. No han pasado ni cinco minutos cuando la «elegida» se baja del mismo coche. Se ajusta el ceñidísimo vestido de cuero y se desenreda el pelo con los dedos. El servicio ha sido breve.

Dos jóvenes africanas que aseguran rondar la veintena se aposentan en el otro extremo de la vía. Llegadas de Nigeria y el Congo, llevan en El Puerto un par de meses y también se quejan del frío y de la ausencia de clientes. Una de ellas asegura, en inglés, que sólo ha dejado atrás a su madre, que no tiene niños, y que se marchó huyendo del hambre. Espigada y fibrosa, con un breve short turquesa y camiseta de lycra escotada, se aparta el flequillo rojo de la frente y al cabo de unos segundos de charla pregunta, «Are you Police?». Con una vieja silla tapizada en terciopelo verde como único mobiliario de un pinar que hace las veces de salón, la más menuda de las dos se sienta a esperar durante esta desoladora sobremesa.