ESPAÑA

Miedo a las mochilas en Mallorca

Los atentados de ETA apenas han afectado al turismo, muy castigado ya por la crisis, pero los hosteleros viven en un estado de alerta permanente: «Ahora nos fijamos más en la gente»

| PALMA DE MALLORCA Actualizado: Guardar
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Antonio Verdera y Manuel Bosch, septuagenarios vigorosos, vociferan en una terraza del paseo de Mallorca porque Manuel está algo sordo. Son más que mallorquines, «somos de Santa Catalina, el barrio más antiguo, el de los pescadores». Sus rostros están endurecidos por la mar, son hombres de orden y admiran lo vasco y la filosofía del Athletic. «La imagen que yo tengo desde niño de los vascos es la de un pueblo muy católico, de gente fuerte y noble».

No sólo les ocurre a Manuel y a Antonio. La ola de atentados ha confundido a toda Mallorca, una isla que esta temporada se ha visto ya golpeada con extraordinaria dureza por la campaña estival de ETA. El primer ataque, el más duro, llegó el jueves 30 de julio, cuando la banda asesinó en Calvià a los jóvenes guardias civiles Diego Salvá y Carlos Sáenz de Tejada. Y sólo diez días después, el pasado domingo, cuatro artefactos explotaron en los baños de cuatro negocios vinculados al sector turístico en Palma, esta vez sin causar heridos. Eso sí, cualquier mochila abandonada es fuente de recelos.

«Sólo nos falta que venga un tsunami», se lamenta el taxista Luis Sánchez. Para una isla donde el 80% del PIB es generado, directa o indirectamente, por los diez millones de turistas que recibe cada ejercicio, éste ya resultaba un año negro. Primero fue la crisis la culpable del desplome de visitantes. Luego, la gripe A. «Y ahora esto». Los mallorquines están enfadados y Luis da ideas descabelladas sobre la pena que merecerían quienes ponen en peligro el pan del millón de isleños.

Sociología imposible

Sin embargo, el pánico que generó la ofensiva terrorista en un principio por su posible repercusión en el turismo no se ha traducido en cancelaciones. El Gobierno balear asegura que apenas ha habido «unas decenas» y eso es «algo insignificante si se tiene en cuenta que ahora tenemos en la isla un millón de visitantes». Y lo mismo aseguran en la Federación Empresarial Hotelera de Mallorca. «El terrorismo es una amenaza global, y eso ya lo sabe quien viaja», razona Alfonso Meaurio, gerente de la patronal. «En cualquier lugar del mundo te puedes encontrar con una situación así. Ya ocurrió en Turquía, en Egipto... Y, ahora, nos ha tocado a nosotros». Sin embargo, también es cierto que este año se da una circunstancia especial: la recesión económica está retrasando hasta el último momento las reservas. Entonces, ¿cuántos turistas sin reserva habrán descartado, de un día para otro, viajar a la isla por temor a más atentados? «Es imposible saberlo», reconoce Meaurio. «Eso sería hacer sociología, y nadie se puede poner en la cabeza del consumidor». En realidad, hay dos maneras de ver esta situación. La primera de ellas, es la de los turistas. Un mundo sin preocupaciones, donde sólo hay playa y bares. Algunos practican el turismo de la 'triple S' ('sun, sex, sand', es decir, sol, sexo y arena).

Viaje soñado

Los más jóvenes ligan bastante. Como la chica morena y madrileña que se pone profunda con su recién estrenada pareja. Cuando a la chavala se le pregunta si teme más atentados, responde que no. «Yo vengo aquí todos los años con mis amigas, y esta vez ni nos hemos planteado cambiar. Además, en Madrid tampoco estamos libres de que haya atentados. No se puede andar pensando en esas cosas». Y menos cuando ya se ha pagado el viaje soñado. La mayoría de los visitantes de Mallorca (casi el 40%) son alemanes y la embajada germana les animó a disfrutar «con toda tranquilidad de la isla». Los británicos representan el 24% y la mayoría no atendió la advertencia de su Gobierno, que, tras los ataques, alertaba de un alto riesgo de atentado indiscriminado. Los españoles suponen el 18% de los visitantes en Mallorca.

Pero tras los turistas, está la visión de los empresarios y habitantes de la isla. Repiten con frecuencia las palabras incertidumbre, tensión y desconfianza. O, directamente, prefieren no hablar. Como la propietaria del Enco. Este miércoles pasado supervisaba la obra con la que pretendía devolver su negocio a la normalidad. Había naranjas por el suelo, cables desparramados, sillas amontonadas, una rotaflex y mucho polvo. Aún llevaba el susto en la cara. Alguien a quien le había servido una consumición, alguien que se presentó como un turista más, le había dejado explosivos en el aseo. «Sólo quiero terminar la obra y volver a trabajar», zanjaba.

Frente al bar atacado está el restaurante Es Mollet. Miguel es el encargado y reconoce que «la gente está mosqueada, intranquila». Le da vueltas a la cabeza. Por ejemplo, piensa en ese chaval «de aspecto sospechoso» que el pasado sábado, un día antes de las explosiones, «pasó por aquí delante, varias veces, con una mochila. Parecía saber muy bien a dónde iba y tenía entre 23 y 28 años».

Entonces no supo que hacer. Ahora sí. «Avisaría a la Policía. Desde que ocurrió eso, todos nos fijamos más en la gente», sostiene Miguel. Y, por supuesto, en sus mochilas.

Los mallorquines viven en la incertidumbre. Hasta mediados de esta semana, Interior barajaba las posibilidades de que los terroristas sigan en la isla o que hayan huido después de haber utilizado temporizadores a largo plazo, de modo que podría haber más explosivos ocultos y dispuestos a estallar. Ambas opciones generan intranquilidad. «Claro que estamos asustados», reconoce David Sunil, propietario del puesto Moda y Sport Sunil, en las galerías comerciales que se extienden bajo la plaza Mayor de Mallorca. Allí estalló otro artefacto el domingo. «Todos tratamos de vigilar, aunque eso, a veces, causa falsas alarmas». Ocurrió el miércoles. Una mochila abandonada en las galerías sembró el pánico. La Policía cortó el tráfico y desalojó el lugar hasta comprobar que no había peligro. «Eso, antes, no hubiera pasado. Nadie le habría dado la menor importancia».

Pishu Budhrani es un comerciante indio que mantiene la calma. Relativiza la incidencia de los ataques: en su país natal dice convivir con el peligro.