/ ÓSCAR CHAMORRO
Ciudadanos

«Sólo queremos pasar un día sin beber»

Cuatro alcohólicos cuentan cómo se convive con una enfermedad que dura toda la vida

| CÁDIZ Actualizado: Guardar
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No muestran su rostro por vergüenza, ni por miedo a ser identificados y ser objetivos de miradas indiscretas, charlas clandestinas o malintencionada marginación. No, lo hacen por cumplir la única premisa que los rije, el anonimato por humildad y sencillez, a pesar de que su trabajo y esfuerzo hagan salir adelante a decenas de personas cada año y, principalmente, a ellas mismas. En la actualidad, la asociación Alcohólicos Anónimos aglutina a cinco grupos en Cádiz capital al que acuden unos 60 enfermos. Desde allí confirman que estos encuentros no son la «panacea», pero para los cuatro alcohólicos que estuvieron ayer en LA VOZ sí que les han servido para «devolverlos a la vida».

Al descubierto, sin reproches ni interrupciones y a través de miradas de complicidad y asentimientos por tener la sensación de vivir existencias que se cruzan en un día feliz, Lucía, María, Ricardo y Alfonso asisten a una improvisada reunión de rehabilitación en una sala del periódico.

Todos empiezan con la misma oración. «Soy Lucía y soy alcohólica». A pesar de que lleva 15 años sin probar una copa de alcohol. «Me di cuenta en la primera cita con Alcohólicos Anónimos y desde entonces no he cogido ni un vaso», destaca. Hasta entonces y según relata, se había gastado mucho dinero en psiquiatras y había perdido cuatro años de su vida. «Gracias a que me he rehabilitado he recuperado a mis dos hijas. Yo he salido sola, no tuve ayuda de nadie, de mi familia recibí pegas».

Lucía, como la mayoría de los enfermos no entiende por qué cayó en la adicción al alcohol. «Al principio crees que todo el mundo tiene la culpa menos tú. Yo sentía que bebía por los problemas con mi marido pero, a pesar de que al final nos separamos, esa no era la excusa».

Primer paso: reconocerlo

«Excusas encontramos miles, pero no tenemos ninguna justificación», continúa Alfonso, que reconoce se quedó totalmente solo, arruinado y viviendo como si fuera un indigente por culpa de su enfermedad. Ninguno sabe el momento en que empezaron a ser adictos a la bebida, en el que cruzaron la delgada línea entre el consumir alcohol por convención social y la necesidad compulsiva de hacerlo. «Yo lo hacía a escondidas, porque además el ser mujer alcohólica está todavía peor visto», dice Lucía. Alfonso incluso decidió morir bebiendo. Pero la excesiva ingesta de alcohol sólo lo llevó al hospital, donde recibió la visita de un compañero de Alcohólicos Anónimos. De allí salió con la convinción de que debía de curarse y aunque de eso hace 18 años, cada mañana es un reto para él. «Nosotros seguimos el programa de las 24 horas. No hacemos promesas, no decimos que nos abstendremos del alcohol para siempre, tratamos simplemente de vivir un día sin beber», comenta.

A María aún le inunda la tristeza y es que tan sólo lleva tres años sin beber. Pero ha tenido demasiadas recaídas, las mismas que se ha prometido ignorar el alcohol para siempre. «Yo tenía demasiados problemas personales, pero ahora tengo los mismos. El alcohol lo que no me dejaba era capacidad para afrontarlos», susurra la enferma.

«El alcohólico se caracteriza porser una persona con buenos sentimientos que quedan eclipsados por culpa de la adicción», enfatiza Ricardo, un militar retirado que no puede precisar cómo empezó a beber. «A mi mujer la llamaban la viuda. Nadie quería estar conmigo borracho», continúa.

Por eso en Alcohólicos Anónimos hay un programa para las familias, que son los que principalmente sufren la enfermedad de sus seres queridos. «Es horrible sentir la necesidad de beber, yo he tenido varios intentos de suicidio. No se puede explicar lo que experimentamos, piensas que estás loco o que estás solo», subraya María.

«A mí me costó 8 años pasar al punto más importante del programa de los doce pasos: admitir que era impotente ante el alcohol, que mi vida se había vuelto ingobernable», resalta Alfonso.

Ha pasado más de una hora y media de conversación y los enfermos hacen ver a la periodista que acaba de asistir a una reunión de rehabilitación. Es el único mecanismo de ayuda que durante años han precisado para luchar contra una enfermedad que los acompañará el resto de sus días. Sirvan sus historias para insuflar valentía a los que aún no han dicho basta.