Sociedad

Los más guapos del escenario

Los mejores fotógrafos, modistos de moda y esteticistas se ponen al servicio de las estrellas de la música clásica para ganarse al público

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Los chicos y las chicas que aparecen en estas páginas no son estrellas de Hollywood, ni se ganan la vida desfilando por las pasarelas de Milán o París. Tampoco son modelos publicitarios de cosmética. Son músicos y han llegado a la cima después de una dura preparación y muchos años de trabajo intenso. A todo ello añaden un plus que cada día se valora más en un ambiente tan teóricamente espiritual como el de la música: son guapos. Y sus agentes y sellos discográficos, los teatros y auditorios que los contratan y ellos mismos han decidido no desaprovechar esa circunstancia tan poco musical. Incluso se potencia hasta el extremo de que lo primero que hace hoy un artista joven que quiere lanzarse al mundo es encargar un book como el de una aspirante a modelo y colgar las fotos en su página web. Que la música, además de entrar por los oídos, entre también por los ojos. La música y sus intérpretes.

Aunque el fenómeno de la explotación del físico se ha disparado en los últimos diez años y ahora alcanza unos niveles que para algunos agentes del sector son excesivos, su origen está bastante lejano en el tiempo. Más o menos medio siglo. Y hay dos nombres a quienes cabe situar como precursores: Maria Callas y Herbert von Karajan. La soprano griega cambió radicalmente su aspecto en unos meses sin que nadie supiera muy bien cómo lo hizo y se subió al carro del glamour para no bajarse de él hasta su muerte. Karajan tuvo buen cuidado en potenciar su imagen de patricio en fotografías y películas, con su jersey negro de cuello alto, su cabellera blanca y los primeros planos en los que aparece con los ojos cerrados, como recibiendo instrucciones directamente de su paisano Mozart.

Pero el ejemplo no tuvo demasiados seguidores hasta que en la ópera se desarrollaron las nuevas corrientes de puesta en escena y se generalizó la comercialización de las producciones en DVD. En ese momento, la credibilidad del cantante como actor y su adecuación física al personaje cobró un valor desconocido. «No es lo mismo ver a la protagonista desde la fila 17 que en un primer plano en el televisor de casa», apunta Juan Carlos Sancho, director de la agencia Iberkonzert. Ahora ya no sólo sirve cantar bien. «Se supone que quien ha llegado hasta aquí sabe hacerlo. También hay que interpretar como se haría en el cine y los jóvenes nos preparamos para ello», sostiene la soprano Itziar de Unda. Se acabaron por tanto las sopranos que cantaban todo su papel inmóviles sobre el escenario, en muchos casos porque su peso hacía imposible que se movieran ágilmente por él. Se terminó también con la inadecuación entre cantante y personaje. Nunca más una soprano de 65 años podrá interpretar a Julieta ni a Desdémona. La Violeta de La Traviata como la Mimí de La Bohème ya no pueden ser asumidas por sopranos carentes de atractivo. Ana Netrebko y Ainhoa Arteta han puesto el listón de la belleza en su sitio y el espectador se cree, también físicamente, sus papeles.

¿Y los instrumentistas? Ellos no tienen que caracterizarse para ningún papel, ni se ven sometidos a las exigencias de sádicos directores de escena que obligan a los cantantes a emitir la voz en posiciones inverosímiles. Eso lo sabía muy bien Anne-Sophie Mutter cuando hace algo más de una década, con motivo de la grabación de Las cuatro estaciones, se hizo una colección de fotografías que rompían con su imagen tradicional y le daban una enorme dosis de glamour. Desde entonces, cada disco de la violinista alemana contiene un despliegue fotográfico llamativo, y en su web hay colgadas docenas de imágenes en las que posa con la naturalidad -y las maneras- de una modelo.

El problema de la competencia

¿Venden más discos los instrumentistas guapos y fotogénicos? ¿Llenan más los auditorios los cantantes atractivos? Las orquestas consultadas por Territorios aseguran que el efecto glamour se nota especialmente con las grandes figuras. Una portavoz del sello Harmonia Mundi sostiene que una portada de un disco con una cantante o instrumentista guapa o un chico atractivo venden algo más entre el público joven. El sello que ha ido más lejos en esa política es Naïve, que en su colección Vivaldi ha optado en sus portadas por retratos de bellas modelos profesionales que no tienen nada que ver con la música ni con el contenido del disco. Es más, como ha dicho algún crítico, parecen anuncios de perfumes.

Más 'clientes'

Pese a todo, el comprador entendido y maduro se guía por otros criterios. Entonces, si el efecto no es demasiado grande, ¿por qué esta moda? «Ahora hay muchos más músicos que hace 20 años. Todo lo que sea un plus juega a tu favor», dice Judith Jáuregui. «Debes tener talento. Si, además, cuentas con un físico agradable, mucho mejor», matiza la joven pianista donostiarra. «Se supone que sabemos cantar», dice la soprano rusa Alina Furman, en sintonía con Jáuregui. «Hoy en día los espectáculos son muy exigentes y complejos y tenemos que ser artistas en todos los aspectos. Por eso voy al gimnasio y me cuido», añade.

Ello obliga a los músicos a atender aspectos que más parecen propios de un actor. Por ejemplo, cuidar al máximo su vestuario. Pianistas, violinistas e intérpretes de otros instrumentos hace ya tiempo que dejaron el austero y recatado traje negro en el armario. Ahora es habitual que se suban al escenario con trajes de colores muy vivos o con modelos que antes eran impensables, por la escasez de tela. En muchos casos, están vestidas por modistos de renombre, igual que las actrices cuando van a recoger un premio.

También los hombres se han sumado al carro. En la portada de su disco dedicado a Beethoven, Cédric Tiberghien posa con pantalón vaquero y camisa, despeinado y con barba de tres días. Si no fuera por el piano que asoma en la fotografía parecería estar anunciando una colonia. El bajo barítono uruguayo Erwin Schrott aparece en los carteles anunciadores como un modelo de Hugo Boss. A su servicio, como al de Hélène Grimaud, Julia Fischer, Elina Garança, Madalena Kozená, Viktoria Mullova, Inmaculada Sarachaga, Janine Jansen, Alexander Tharaud, Joshua Bell y tantos otros, están los mejores fotógrafos y estilistas. Sin olvidar los milagros del photoshop, del que como dice una directiva de una empresa del sector musical, «muchos son adictos». Al fin y al cabo, en una sociedad compuesta por personas preocupadas por su imagen, «¿cóm o no la van a cuidar los músicos, que trabajan de cara al público?», se pregunta Judith Jáuregui.

La imagen no tiene influencia alguna sobre la calidad de su trabajo. Pero sí en el impacto sobre el público. Los programadores aseguran no dejarse influir por la belleza o la popularidad extra musical de un artista habitual de las revistas y la televisión. Pero hay una relación directa entre ambas y los murmullos que su aparición sobre el escenario suscita en el patio de butacas. Y, coinciden todos, de lo que se trata es de llenar teatros y vender discos, más en tiempo de crisis. Todo lo que ayuda es bienvenido.

Aunque artistas, promotores y sellos discográficos advierten del peligro de pasarse al otro extremo y que la belleza prime sobre el talento. Por ahora, no parece que suceda, pero si la obsesión por la imagen se acrecienta podría llegar a ocurrir. Ya hay quien ironiza sobre esa posibilidad. Hace apenas un par de meses, en un encuentro informal con un grupo de amigos tras un concierto, el barítono alemán Matthias Goerne comentó al respecto: «Va a llegar el momento en que quienes no somos guapos no vamos a tener derecho a cantar».