Economia

Deuda saldada

La asistencia de José Luis Rodríguez Zapatero a la cumbre de Washington ha supuesto una distinción nada desdeñable para los intereses de España. Tras la pérdida de las colonias insulares de América, nuestro país quedó relegado a un segundo plano como nación de la Europa periférica, lo cual depararía un escaso protagonismo en el club europeo de los primeros decenios del siglo XX y un ensimismamiento interno en el discurrir de los acontecimientos domésticos, desasistidos de una política exterior que pudo haber evitado quizá la Guerra Civil. A ello hay que añadir la dictadura franquista, que en nada contribuyó a levantar la participación española en las esferas políticas internacionales.

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Cabe interpretar por ello la presencia en esta cumbre como un logro que salda una deuda y que refuerza los sucesivos procesos de integración española en los fueros exteriores. Implica un punto de partida para anunciadas y futuras reuniones de las que ya será más difícil quedar excluido.

Conviene subrayar aquí que el crecimiento económico conlleva estabilidad monetaria, oferta competitiva y, particularmente, la cooperación entre naciones y entre ciudadanos.

Así lo había entendido Keynes ya en 1919 y, años después, los estadistas de más de 40 países que trataron de impulsar dichos objetivos a través del nuevo orden creado en Bretton Woods en 1944. A causa de su régimen político dictatorial, España estuvo ausente y quedó fuera del FMI y del Banco Mundial hasta 1958, cuando entonces se reconocieron sus valores estratégicos y sus potenciales mercados; un cambio de posicionamiento, sólo económico, que no fue suficiente para que se admitiera nuestra entrada en el Mercado Común Europeo.

España se incorporó finalmente a la UE en 1986, después de un largo trayecto de integración mercantil y de misiones diplomáticas. Ahora, desde la normalidad democrática, la presencia del presidente Rodríguez Zapatero en Washington ha de constituir un paso más hacia la expansiva participación del país en el escenario internacional, rompiendo su ensimismamiento aislacionista y contribuyendo al tiempo, sin especiales pretensiones, a la configuración de un nuevo orden mundial próspero y cooperativo.

La cumbre puede redundar, asimismo, en un reconocimiento implícito a la creciente proyección mundial de España, particularmente en Iberoamérica donde su presencia rebasa lo económico.