COCA-COLA. Una joven asiática posa delante de un mural en el museo dedicado a la famosa bebida surgida en Atlanta. / AP
MUNDO

Luther King y la chispa de la vida

Atlanta es la ciudad que más ha crecido en Estados Unidos en los últimos 20 años, cuartel general de Coca-Cola y la CNN, donde el racismo permanece latente

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Desde el piso 70 del hotel Westin de Atlanta, el más alto de América, se descubre que la sede central de Coca-Cola y los cuarteles generales de la CNN apenas distan cuatro manzanas. Ambas sacian la sed de América. Que operen desde la capital de Georgia no es gratuito. La ciudad estadounidense que más ha crecido en los últimos veinte años agolpa a cinco millones de habitantes. Su aeropuerto, el de mayor tráfico aéreo del mundo, es la base de operaciones de la compañía Delta, que une todos los estados. Es tan grande que para recoger las maletas tras desembarcar hay que coger un tren. El avión resulta un medio cotidiano de desplazamiento para el americano medio, que de otra manera tardaría varios días en recorrer las vastas distancias del país.

Atlanta es también la cuna de Martin Luther King y la capital de un estado con el historial más racista del país, Georgia. Gary Flack, abogado especializado en conseguir prestaciones sociales a los más desfavorecidos, recuerda que no hace tanto, en los Juegos Olímpicos de 1996, los 25.000 integrantes de grupos racistas estaban dispuestos a impedir a toda costa que un negro luciera una medalla de oro mientras sonaba el himno nacional. «No ocurrió nada, pero la Resistencia Aria Blanca, el Ku Klux Klan y los skinheads siguen ahí. William Faulkner dijo que en el Sur el pasado no está muerto, ni siquiera ha pasado».

El downtown o centro urbano de Atlanta es un lugar desolador a partir de las cinco de la tarde. Inquietante. Peligroso. Los rascacielos impiden que el sol ilumine el asfalto. Sólo hay hoteles y parkings en una urbe diseñada para el automóvil. Participantes en congresos con su tarjeta de identificación se achispan en los bares. Pululan colgados y vagabundos. Grupos de negros ociosos siguen al viandante con la mirada. Alguno trapichea e inquiere algo ininteligible al pasar. De vez en cuando aparece un coche con los graves atronando, una suerte de trasposición al mundo afroamericano de nuestros bakalas.

Los más jóvenes caminan contoneándose y arrastran los brazos como los raperos. Llevan los pantalones caídos con el calzoncillo al aire: reminiscencias de la vestimenta de los presos, a quienes se les quita el cinturón para que no puedan ahorcarse. Los empleados que cuidan los jardines portan un peto verde fosforito que reza community worker: significa que purgan una pena. Entre tanta calle inhóspita, el parque Woodruff, con sus jugadores de ajedrez, resulta un oasis. Se llama así en honor de Robert W. Woodruff, el presidente de Coca-Cola durante cinco décadas y artífice de su expansión.

'Nuevo Mundo'

La visita al Nuevo Mundo de Coca-Cola se antoja una experiencia memorable, a medio camino entre el país onírico de Willi Wonka y El show de Truman. Una estatua del doctor John Pemberton, inventor de la bebida en 1886, da la bienvenida. Los empleados sonríen de oreja a oreja. Todo es rojo y blanco. Se repite tantas veces la palabra felicidad durante el tour que parece una terapia de autoayuda. Hay proyecciones increíbles en 3-D para ilustrar que no estamos ante un refresco, sino ante un modo de vida. Los visitantes aplauden las gracias de los guías y gritan «¿guau!» ante las obras de arte y la parafernalia relacionada con la empresa.

Una estancia con grifos donde degustar todas las marcas que comercializa en el planeta -más de 450- simboliza casi de manera grosera el consumismo desaforado del país del aire acondicionado sin límite. Sólo de Coca-Cola hay ocho variedades: Classic, Zero, Diet, Cherry, Cherry Zero, Diet Cherry, Diet with Lime y Vanilla. Tan abrumador como la oferta de canales televisivos en los hoteles, que se emiten ya en su mayoría en alta definición (HD), con una nitidez de imagen y un sonido insólito en nuestros pagos. De todos ellos, el rey de la información sigue siendo la CNN.

El magnate local Ted Turner creó en 1980 la primera cadena que retransmitía noticias las 24 horas del día. Un imperio proclive a los republicanos desde que fue adquirido por Time Warner, que ven mil millones y medio de personas en 212 países. A Ina, periodista de origen panameño, le hace más ilusión recorrer el CNN Center que ver la estatua de la Libertad. Se puede sentar en la mesa de Larry King y leer las noticias en el teleprompter. «Mataría por trabajar aquí. Hasta tienen un canal para el mundo latino, CNN en Español». Cada diez minutos parte un grupo que recorre las entrañas de la televisión más influyente del planeta.

Tiene su parte de circo -el CNN Center es también un centro comercial y un hotel con la escalera mecánica más larga y empinada que existe-, pero emociona espiar la vorágine de cientos de profesionales en sus mesas de redacción y platós. Han sido testigos de los acontecimientos claves en el último cuarto de siglo. Lo atestiguan vitrinas con recuerdos de crónicas heróicas: un ordenador agujereado por una bala de Sadam Hussein, metralla de Sarajevo...

Atlanta ya es el Sur de Estados Unidos, y los rostros remiten al imaginario de Mark Twain. Negros limpiabotas de mirada mansa y sabia; blancos pálidos de aliento redneck (paleto). Y latinos, que, como apunta Gary Flack, también sufren racismo por parte de los afroamericanos: «Les llaman beaners (frijoleros) y wet backs (espaldas mojadas)».

Tensiones

Ejemplo de tensiones sería Sweet Auburn, el barrio donde nació y creció Martin Luther King. Hay que atravesar bajo una autopista desde el downtown y recorrer manzanas de casas sociales abandonadas y recubiertas de grafitis, moradas de indigentes y yonquis. Hoy casi nadie camina por Auburn Avenue, pero durante décadas fue un edén para la comunidad negra.

«La llamaban la Calle de Oro, aquí los vecinos tenían todo lo que necesitaban», recuerda Kenneth Willhoite, dueño de una pequeña tienda con el rimbombante nombre de Soul Food Museum. «Comida hecha por negros con cabeza, corazón y alma. Sana y apetitosa», explica. Kenneth ha consagrado su negocio a «los 400 años de legado de nuestros ancestros». Tiene fotos con el reverendo Jesse Jackson y Patti Labelle. «Atlanta es una buena ciudad para nosotros, aquí puedes ser lo que quieras: médico, abogado... Lo que no quita para que los blancos vayamos por un lado y los negros por otro. El racismo hoy es más sutil, por ejemplo, en los trabajos. Obama nos infunde orgullo y esperanza», afirma Willhoite.