LA ÚLTIMA POR...

Dos lugares comunes

Para empezar, caigamos con todas las consecuencias en un viejo lugar común: lo que más impresiona de los Juegos es su universalidad, ese carácter único que los convierte en algo incomparable. Es evidente que hay grandes deportes cuyas mayores glorias no se alcanzan en unos Juegos. Pensemos en el fútbol, el rugby, el tenis, el béisbol, el fútbol americano o incluso el baloncesto. Pero ninguna de las grandes competiciones de estos deportes acaba de ser un suceso enteramente global. Siempre hay partes del mundo en las que esos acontecimientos -un Mundial de fútbol, Wimbledon o la NBA, por ejemplo- dejan a la gente indiferente. Con los Juegos esto no sucede. Su impacto alcanza a los cinco continentes, por igual a las islas Cook o a la Federación de Micronesia que a las potencias dominantes como Estados Unidos, China o Rusia. Las diferencias entre países pobres y ricos se aprecian con crudeza en el medallero, que podría servir para escribir un tratado de geopolítica, pero no en la ilusión que anida en sus deportistas ni en el interés con el que sus paisanos siguen sus evoluciones. Es algo que uno lo aprecia en su trabajo diario, mientras va por Pekín de una sede a otra en compañía de colegas de todo el mundo, del indio sijh especialista en tiro, del indonesio que persigue en la zona mixta a su estrella de badminton, del egipcio que se duele de la derrota de su estrella de lucha o del mexicano que anima a su saltador de trampolín como si fuera de la familia.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Y para terminar, caigamos de nuevo, con todas las consecuencias, en otro viejo lugar común: lo que impresiona de los Juegos son los deportistas, esos miles de jóvenes que llenan de banderas los balcones y fachadas de la Villa Olímpica, los mismos que, durante poco más de dos semanas cada cuatro años, hacen realidad el lema de 'One world, one dream'. Cuando uno está cerca de ellos y vive sus esfuerzos agónicos por dar lo mejor de sí mismos, no puede dejar de admirarles. Y también esta admiración, como los propios Juegos, resulta ser universal. No se limita a portentos como Michael Phelps, Usain Bolt, Kobe Bryant, Rafa Nadal o Bekele. Les aseguro que hay cientos de deportistas anónimos que conmueven con el dolor de sus derrotas tanto como esas grandes estrellas con la alegría de sus hazañas.