ANÁLISIS

Ofensiva mundial

Los atentados de Afganistán, Pakistán y Argelia suponen un inquietante resurgir del terror de consecuencias internacionales. El Gobierno francés había reaccionado con prontitud a la solicitud de la OTAN, instigada por EE UU, y no había dudado en enviar 700 soldados más al avispero afgano. Su misión era la de controlar un acceso estratégico a Kabul, que también disputan los talibanes. El coste político para Sarkozy de los diez paracaidistas que acaban de morir puede ser enorme. En mayo pasado, el 72% de los galos se oponía a este refuerzo y los estrategas militares más reputados daban por inútil ampliar el compromiso en una guerra que cualquier experto da por perdida. La mayoría de los políticos, y no sólo la oposición, consideraban desafortunado contravenir medio siglo de independencia militar haciéndole el juego a EE UU. Nadie duda de que la insurgencia afgana no va a dar fácilmente su brazo a torcer.

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En Pakistán, los fanáticos próximos a Al-Qaida han celebrado a su manera, matando, la caída de Musharraf. La voluntad del controvertido general de controlar, con ayuda de la Administración Bush, a los extremistas musulmanes, especialmente en la problemática frontera con Afganistán, se había convertido en una espina clavada para los terroristas. En sus casi nueve años en el poder, había detenido a 600 islamistas y a alguno de sus principales líderes. Ante un futuro incierto en el país, que habrá de elegir nuevo presidente, los terroristas se sienten fuertes tras una reorganización facilitada por la política dubitativa ante 18 meses de crisis. Su sueño sería hacerse con el mando del único Estado musulmán con armas nucleares. Para Occidente, una verdadera pesadilla.

La Argelia de Buteflika, una vez fracasado su plan de reinserción de aquellos terroristas que abandonaran las armas, ha vuelto a ser también agitada por el terror. Aún peor, los casi mil terroristas del fanático grupo rebautizado como Al-Qaida en el Magreb Islámico pueden estar ensayando para dar el salto a Europa y atacar en Francia y España. Su dilatada experiencia en la comisión de atentados se ve reforzada con los nuevos reclutas de Marruecos y Túnez. Y su moral es alta, al considerarse los verdaderos muyahidines bajo el tenebroso paraguas del León del Islam, Osama bin Laden.