OFERTAS. Las carnicerías han expuesto estos días los productos que suelen consumirse en este evento para atraer la atención de compradores. / MIGUEL GÓMEZ
Ciudadanos

Una cena para 100.000 personas

La fiesta más popular y populosa del mes de agosto en Cádiz reúne hoy a grupos de amigos de todas las edades y familias completas en torno al carbón de las barbacoas

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«El año que viene ya no vengo». Quizá sea una de las frases más repetida en la playa Victoria, a las seis de la mañana, mientras se recoge la barbacoa después de una noche de atracón de hamburguesas con arena, de frío y humedad, de fiesta entre familiares y amigos, de gorrones inevitables, de un poco de fútbol y de alcohol, de mucho alcohol.Y sin embargo, muchos de los que acabaron renegando de la fiesta más populosa del verano tienen ya listos los bártulos para unirse a las más de 100.000 personas que este año celebrarán la final del Trofeo Carranza en la que sin duda es la barbacoa popular más grande del mundo, libro Guinness mediante.

«¿Pero no las han prohibido?», preguntaba ayer una mujer rodeada de churumbeles en la playa de la Caleta. Sin duda, la bronca mediática que cada año enfrenta a Ayuntamiento y Demarcación de Costa en torno a una posible prohibición de esta fiesta popular ha acabado despistando a más de uno. Aunque parezca mentira, la señora no es la única que en la antesala del evento aún pregunta, por ejemplo, si está permitido el uso de carbón en la playa.

- «No señora, la Barbacoa se puede celebrar».

- «Pero en la Caleta, no ¿verdad?», pregunta de nuevo. Los límites impuestos por el Ayuntamiento a la zona de barbacoas también han generado malentendidos.

«Sí, en la Caleta sí», le replica la hija adolescente, que está más enterada, y añade que la novedad este año es que «se limita la playa de la Victoria desde el módulo uno hasta el módulo seis», que traducido resulta, «desde el cementerio hasta Los Delfines. Donde no se puede estar es en Cortadura y en Santa María del Mar». Exacto.

Olor a oferta

Despistados aparte, Cádiz respiraba esta semana a Trofeo y barbacoas. Y las grandes superficies hacían hueco a los pinchitos y las hamburguesas, los platos estrella sobre la arena de la Victoria, con permiso de los choricitos, las salchichas, los filetes de cerdo y los de pollo, que también tienen un público entregado. Para los más exquisitos: brochetas preparadas con carne, pescado, pimientos y cebollas. Y para los cómodos, tortilla de mamá.

Y es que las barbacoas no entienden de florituras gastronómicas, al menos entre los jóvenes, para quienes el precio prima sobre la calidad. Lo corrobora María Amparo, que como carnicera del Mercado de Abastos es perro viejo en lo que a celebraciones de este tipo se refiere. Sin embargo, admite que en los últimos cuatro años, ni ella ni sus compañeros de la Plaza hacen su agosto con las barbacoas. Al menos no como años anteriores: «Antes teníamos cinco papeles de reservas, y ahora ninguno. Me toca antes el cupón de los ciegos que vender cinco barbacoas», afirman en la vecina carnicería Curro. Las grandes superficies atraen a casi todo su público. No hay duda, el precio manda. Eso sí, «los supermercados van a deshacerse de todo el pitraco que tenían guardado en las neveras», advierten.

Más éxito tiene, por ejemplo, La Banquisa, una tienda de congelados donde los pinchitos los venden ya engarzados en sus palitos de metal: «Hemos reservado unas treinta cajas, y cada una tiene 30 unidades». Para ellos es su primer año de barbacoas y reconocen estar muy satisfechos. Ni creían que fueran a vender tanto. ¿Su truco? Nada innovador: precios baratos y un cartelón que anuncia las viandas.

Para todos los bolsillos

Para barato el kit de ocasión de Jenny y sus amigas: cuatro euros por cabeza incluyendo la carne (sólo hamburguesas), las patatas, los refrescos y el alcohol. «Y las que no beben pagan sólo dos», matizan. El nombre de Jenny es falso, claro, porque presume de que hoy va a «jartarse» de alcohol con las amigas. Tienen 14 años, es su primera barbacoa y va a juntarse con 27 amigas más. Son el mejor ejemplo de que la tradición se perpetúa entre las generaciones venideras, pero también de que los tiempos cambian y lo que empezó como una fiesta familiar hace mucho que se transformó en un macrobotellón.

Aún así, la barbacoa no hace diferencias sobre la arena. Esta noche acogerá a adolescentes, veinteañeros y familias completas. Aunque los espacios de cada uno suelen estar bien definidos dentro de los más de cuatro kilómetros de playa que están habilitados.

Pedro y compañía («unos veintitantos colegas» incluido algún desconocido) son fijos de la zona «del cementerio desde hará unos cuatro años», afirma este treinteañero de San Fernando. «Es más tranquilito que el hotel Playa», ironiza con humor negro. «Allí hay mucho chiquillerío». Y aunque este año temieron perder su rinconcito, pudieron finalmente respirar tranquilos. Desde primera hora de la tarde se turnarán en la arena, mientras el resto del grupo «hace los mandaos»: alcohol a gogó, pero también kilos de carne, porque «ya se nos pasó la época de venir sólo para la borrachera», reconoce.

Versión caletera

La Caleta es terreno familiar. La Victoria «es más pija», se pitorrea con gracia Leo la Terremoto, caletera hasta las trancas y barbacoista profesional, para quien el Trofeo siempre ha sido una fiesta «muy de pueblo». «Aquí se vive de manera diferente. Nosotros nos venimos desde por la tarde y jugamos al parchís, al bingo, cantamos flamenco y estamos hasta el domingo», explica Leo sin parar de reír, mientras invita a un gazpacho fresquito en torno a una mesa llena de viandas, prólogo de esta noche.

«Esto ya no es lo que era», aseguran Sebastián y Dolores. También son viñeros, caleteros y hasta hace unos años, asiduos al ritual del carbón. Verano tras verano montaban un auténtico chiringuito, al que no le faltaba de nada: sombrillas con sus sábanas, mesas, caballas... Hasta tienda de campaña «para los niños cuando hace relente». Un año dijeron: «Ya estamos mayores, no venimos más». Ellos sí lo cumplieron, pero sus hijos tomaron el relevo.

mgarcia@lavozdigital.es