SECUELA. La nariz congelada de Oiarzábal tras un ochomil. / LA VOZ
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Consejos de un superviviente

Juanito Oiarzábal, que tiene el récord mundial de ascensiones a 'ochomiles', narra sus experiencias en el K2 donde han perdido la vida recientemente once alpinistas

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A Juanito Oiarzabal (Vitoria, 1956) el segundo ascenso al Chogori -sólo tres hombres en el mundo (él, un sherpa nepalí y un checo) han coronado en dos ocasiones la «montaña perfecta»-, le costó volver a aprender a andar tras la amputación de los diez dedos de sus pies, congelados durante el agónico descenso del 26 de julio de 2004. Otros pagan con su vida el desafío del K2, como los once montañeros a los que atrapó la noche el pasado día 1 mientras un alud les despojaba de las cuerdas fijas. «Esta gente -me dice Juanito, recién llegado a Vitoria de unas vacaciones en Palma de Mallorca- llegó muy tarde a la cumbre, lo que te obliga a bajar cuando ha oscurecido y a tener cierta tensión. El K2 comienza realmente en ese último campamento 4, aunque todo lo anterior, desde el campamento base hasta ahí, tenga también sus complicaciones. Es entonces cuando empiezas el cuello de botella y te colocas debajo del gran serac. Ahí arranca la travesía hasta la piedra 8.400, una roca triangular muy característica y que es una referencia para los escaladores que van hacia la cumbre. Ya sabes que desde ese punto quedan 300 metros de desnivel y que pueden ser tres, cuatro o cinco horas, dependiendo de como sean las condiciones del terreno y de la nieve, para alcanzar la cima. Esos metros son lo más difícil y arriesgado de toda la ascensión, y ahí es donde se da la vuelta el 90 por ciento de la gente que renuncia a hacer cumbre. Es una zona con muchísima nieve, nieve que no transforma, y que está encima de una base de hielo cristalino, con lo cual se percibe constantemente, y he pasado por ahí dos veces, peligro inminente».

«Además, ha tenido que dar la casualidad -continúa el alpinista la reconstrucción del accidente- de que cuando esas personas estaban bajando de la cumbre de ese gran serac, enorme masa de hielo que domina el cuello de botella, se desprendiera un pedazo que cayera sobre el manto de nieve inestable, produjera una avalancha, y ésta se llevara por delante las cuerdas fijas y, lógicamente, a los que pasaban por allí».

Porque la montaña no acaba en la cima. «Lo fundamental cuando llegas a lo más alto es centrarte en la bajada. Concentrarte en no cometer ningún error. Has llegado arriba agotado, cansado, deshidratado, sin reflejos y con esa euforia de haber hecho la cumbre, y te olvidas de que lo más importante es bajar. La montaña no termina hasta que no has llegado al campamento base y estás a salvo. Entonces ya puedes decir que has subido y disfrutar». ¿El mítico Oiarzabal se hubiera aventurado a hacer cumbre cuando ya vencía la tarde? «No puedo decir que no -confiesa el experimentado escalador- porque yo lo hice. Llegué a las cinco, me tenía que haber dado la vuelta y sin embargo,.. Ya sabe, consejos doy y para mí no los quiero. Son circunstancias. Aunque sin duda, llegar a las ocho, como hicieron los accidentados, ya en la penumbra y a una cumbre como la del K2, cuanto menos, es mucha tensión a la hora de bajar».

Everest vulnerable

Porque el Chogori que mutiló a Oiarzabal, y al que el alpinista no guarda el más mínimo rencor, «no tiene nada que ver con ninguna otra montaña. Uno puede subir al Everest por donde quiera hacerlo, incluso por la ruta más complicada, y a pesar de sus 9.000 metros es una montaña vulnerable. Masificada, todo el mundo sube relativamente 'fácil', por las cuerdas fijas, con la huella abierta y botellas de oxígeno. Pero la estructura piramidal del K2 hace que todas sus vertientes sean técnicamente muy complicadas. El que va a ahí no es primerizo, en un porcentaje muy alto tiene experiencia en el Himalaya y ha hecho ochomiles. No es una montaña que se oferte en 'tour operadores'. La gente cuando va sabe la exigencia y la enorme dureza técnica que hay que emplearse para conquistar su cumbre. Ahí no vale ir a hacer experimentos».

Logrado el objetivo, ¿qué le movió a volver a jugarse el tipo escalando los mismos 8.611 metros que ya coronó? «No lo sé. Yo alcancé los 14 ochomiles que hay en la tierra en 1999, y ahora tengo 22. Repetí en el K2 porque 'Al filo de lo imposible' me dio la oportunidad de volver a intentarlo. Hay que tener muchas ganas, mucha ambición y un cierto punto de locura».

Se calla esa atroz capacidad de sufrimiento que le hace inasequible al desaliento. Entonces pienso en el rostro desencajado del ciclista escalando pendientes imposibles. «El ciclismo -apunta el glorioso deportista- es tremendamente duro y puede asemejarse a la montaña. Pero hay una diferencia sustancial. Subiendo el Alpe d´Huez con un sufrimiento indecible puede darte un pajarón y tener que bajarte en la última curva, donde un coche te recoge; pero le aseguro que como intente bajarse escalando a ocho mil metros está jodido».