ACOGIDA. El matrimonio Sarkozy recibe a Ingrid Betancourt y su familia a su llegada al aeropuerto militar de Villacoublay. / REUTERS
MUNDO

Betancourt regresa «a casa»

La política franco-colombiana proclama al llegar a París que Francia «es la familia a la que le debo todo», mientras agarraba la mano a Sarkozy

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«Sueño desde hace siete años con vivir este momento, que es muy emotivo, con respirar el aire de Francia, estar con vosotros. Os lo debo todo, a Francia, al presidente Sarkozy a quien abrazo, este hombre extraordinario que tanto ha luchado por mí». Nada más pisar suelo de su otra patria, cuya nacionalidad adquirió por su primer matrimonio con un ciudadano francés, la franco-colombiana Ingrid Betancourt lloró ayer de alegría al pie de la escalerilla del avión de la flotilla del Elíseo en el que viajó desde Bogotá junto a sus familiares.

«Francia es mi casa, vosotros sois mi familia. Os llevo en mi corazón, os llevo el agradecimiento de todos los colombianos», proclamó tras coger de la mano a Nicolas Sarkozy, que poco antes la había estrechado en un abrazo de bienvenida al igual que su esposa, Carla Bruni, quien en los últimos meses se movilizó en persona y a sus amigos artistas por la liberación de la cautiva de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Betancourt, de 46 años, llegó con sus hijos Mélanie, de 22, y Lorenzo, de 19, su ex marido Fabrice Delloye, así como su hermana Astrid, que fueron a buscarla a Colombia con el ministro de Asuntos Exteriores francés, Bernard Kouchner.

La ex candidata a la presidencia de Colombia tuvo en París un recibimiento digno de un jefe de Estado. El matrimonio Sarkozy-Bruni acudió a darle la bienvenida a la base militar de Villacoublay, en las afueras de París, y después le abrió de par en par las puertas del palacio del Elíseo, donde se organizó una recepción con decenas de voluntarios de los comités que han militado en Francia por su causa. En ese acto arrancó a Sarkozy la promesa de un próximo viaje a Sudamérica para agradecer a sus colegas de Colombia, Venezuela, Ecuador y Argentina su liberación, el compromiso de proseguir la lucha en favor de los demás rehenes y la voluntad de jugar un papel en la reinserción de los guerrilleros que abandonen las armas.

Alegría real

Luego se le prestó el palacete vecino de Marigny, residencia que ocupan habitualmente los mandatarios extranjeros de visita oficial en París, para que mantuviera una comparecencia ante los medios de comunicación. A preguntas de los periodistas, la política franco-colombiana rechazó la hipótesis del pago de un rescate de 20 millones de dólares a las FARC a cambio de su liberación y de otros 14 rehenes, como informaron medios suizos.

«Francamente, en mi corazón, no pienso que se me pueda engañar fácilmente. No pienso que lo que vi fuera una puesta en escena. Había tal grado de tensión», comentó. «Era tan estresante que mis camaradas se resistieron a montar en el helicóptero», añadió antes de esgrimir que «la alegría de todos nosotros y de quienes habían dirigido la operación no era ficticia». «Si esas personas sabían de antemano que la operación era un éxito porque la gente no iba a oponer resistencia y por tanto su vida no corría riesgo, la intensidad de la felicidad no hubiera sido la misma», argumentó.

Con la agenda de sus próximos días todavía sin organizar, Betancourt se limitó a indicar que tenía una cita «con la Virgen de la calle Bac», una capilla erigida en el lugar de una aparición mariana en París a comienzos del siglo XIX según la tradición cristiana. También anunció su deseo de viajar a Lourdes, cuyo santuario celebra el 150º aniversario de las apariciones, y a Roma para reunirse con el papa Benedicto XVI. El 14 de julio, día de la fiesta nacional francesa, espera disfrutarlo en familia.

Durante la jornada de hoy, sábado, será sometida a exámenes médicos en el hospital militar de Val de Grâce para comprobar las consecuencias en su salud de seis años y cuatro meses de cautiverio en la jungla colombiana. «Si supieran lo que era... Sin sol ni cielo, un techo verde. Yo soy muy ecologista, pero aquello era demasiado», bromeó. «Una muralla de árboles, llena de bichos horribles. Hice una media de 300 kilómetros de marcha a pie al año. Andaba con un sombrero y con guantes porque te cae de todo en la cabeza porque todo te pica», recordó.